El ser humano tiene profundas bases de comportamientos de carácter social y positivo, que tienen origen en nuestra misma evolución.
Joselyn Quintero, especialista en psicología financiera y neurofinanzas, explica que todos experimentamos satisfacción cuando participamos en iniciativas que nos permiten expresar nuestros valores y sentido del mundo.
“A nivel cerebral, los estudios alrededor de la neurociencia del altruismo y la filantropía son contundentes: contribuir con otros genera una estimulación del nucleus accumbens, que es el centro donde se codifica la motivación y que –a su vez– suma a todo el sistema de recompensas cerebral”, comenta Quintero.
“Es altamente probable que una persona que contribuye a una causa, y esta resulta satisfactoria, lo haga de forma frecuente y a largo plazo”, agrega la experta en neurofinanzas.
Filantropía y neurociencias
Desde hace tiempo, la ciencia ha sugerido que el comportamiento generoso se motiva ante la posibilidad de sentir más felicidad. Es por eso que los científicos buscaban demostrar en el laboratorio por qué un cerebro generoso es más feliz.
En 2016, la universidad alemana de Lübeck pidió a 25 residentes en Suiza que, durante cuatro semanas, solo gastaran dinero en otras personas y no en sí mismos.
A otro número igual de participantes les solicitó que hicieran lo contrario: gastar en sí mismos sin preocuparse de los demás.
Los resultados confirmaron que, además del beneficio social de las acciones generosas, también hay una ganancia personal para el cerebro de cada individuo que decide donar dinero a una organización o involucrarse en actividades de voluntariado.
Cerebro generoso y feliz
Esa investigación titulada El vínculo neurológico entre la generosidad y la felicidad” se centraba en analizar el comportamiento de la unión temporoparietal del cerebro, responsable de la socialización y la generosidad; el cuerpo estriado ventral, vinculada con la felicidad, y la corteza orbitofrontal, asociada con la toma de decisiones.
Antes de que los participantes del estudio se gastaran el dinero que recibirían de los investigadores (el equivalente a 300 pesos mexicanos semanales, durante un mes), los llevaron al laboratorio y les pidieron que pensaran en un amigo al que les gustaría dar un regalo.
Mientras los hacían pensar en cuánto podrían gastar para ese amigo, tomaban imágenes de resonancia magnética funcional de sus cerebros para medir la actividad en las tres regiones.
Los investigadores encontraron que la actividad cerebral asociada con la felicidad aumentaba, después de comprometerse con ser generoso con otra persona.
La participación del cuerpo estriado ventral también se activaba cuando los participantes concretaban una acción generosa. Esto además los dejaba en un estado general de mayor felicidad que aquellos que se habían conducido de manera egoísta.
Además, la actividad de la zona responsable de la socialización y la generosidad se incrementó al comprometerse con ser generoso, es decir, con solo escuchar que debía destinar esos 300 pesos a alguien más y no a sí mismos.
Otro hallazgo fue que los actos de generosidad relativamente pequeños dieron lugar a un aumento de la felicidad tan grande como los actos más grandes.
Cerebro altruista
En el libro El cerebro altruista: Cómo somos naturalmente buenos, Donald Pfaff, profesor de neurobiología y comportamiento en la Universidad Rockefeller, teoriza respecto a que el cerebro humano está cableado neuronalmente para practicar el altruismo y el cuidado de los demás
La Teoría del Cerebro Altruista (TCA) de Pfaff fundamenta con neurociencias, neuropsicología y genética que la programación cerebral del humano apunta a que sea “bueno”, moral y solidario a pesar de todo.
En una entrevista, Pfaff incluso advirtió que esta predisposición de los seres humanos a la solidaridad se gesta desde el vientre materno.
“Cuanto antes el bebé tenga la impresión definitiva de que está entrando en un mundo amistoso, mejor para todos. (Ese bebé) también diría que, como sociedad, nivelar el campo de juego es el nombre del juego”, respondió en una entrevista para la revista especializada Brain World.
Actualmente, se cuenta con literatura científica que confirma que donar dinero a otros produce felicidad. La razón: cuando se realiza una acción filántropa, el cerebro libera serotonina, endorfina, dopamina y oxitocina que activan el circuito de recompensa cerebral, encargado de mediar los estímulos placenteros del organismo.
Esto disminuye el estrés y provoca sensación de bienestar, ambos asociados con mejor salud, reducción de la presión sanguínea y mayor expectativa de vida.
Los psicólogos y los neurocientíficos siguen investigando sobre el cerebro filántropo, pues aunque el sistema de recompensa se activa en determinadas situaciones de ayuda a los demás, hay ocasiones en las que se prende una región completamente distinta.
La Corteza Temporal Superior anterior (CTSa), una área involucrada en la capacidad de percibir como valiosas las acciones de los otros, también puede entrar en actividad intensa a medida que aumentan los niveles de altruismo.
El gen de la generosidad
Luego de que en 1976, Richard Dawkins lanzó su teoría del gen egoísta, los biólogos se dieron a la tarea de encontrar el gen de la generosidad. Lo encontraron en el 2008.
Un equipo de investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén demostró que el actuar filantrópico tiene un comportamiento genético. Se trata del descubrimiento de una variación del gen AVPR1a en aquellos individuos que demostraron ser más generosos.
Los científicos tomaron muestras de ADN de 203 personas y les pidieron que jugaran “El Juego del Dictador”, un videojuego diseñado para medir el comportamiento humano frente a la posibilidad de repartir o retener dinero.
Cada jugador recibió el equivalente a 250 pesos mexicanos para que los regalaran en parte o en su totalidad a otro participante anónimo. Los individuos con algunas variantes en un gen denominado AVPR1a donaron, en promedio, 50% más de su dinero que los jugadores que no presentaban esa variante genética.
Otro hallazgo fue que el gen AVPR1a codifica la producción de un receptor que libera vasopresina, hormona neurotransmisora del establecimiento de vínculos sociales.