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La COP: ¿el simulacro de la acción climática?

Reconocer los fracasos de la acción climática no es rendirse; es el primer paso para replantear el cambio de rumbo, de liderazgo y de visión.
Ilustración con la foto del autor
"La emergencia climática exige mecanismos más vinculantes, más democráticos y menos complacientes. Quizá sea hora de pensar en nuevas formas de gobernanza climática, en pactos regionales o locales que no dependan del consenso global.". (Foto: Cortesía. Ilustración: TecScience)

Por Luis Fernández Carril

En un mundo que literalmente arde, es inevitable plantear la pregunta incómoda: ¿han sido los últimos treinta años de negociaciones de la COP tiempo perdido? Reconocerlo no es rendirse; es el primer paso para asumir que necesitamos un cambio de rumbo, de liderazgo y de visión.

Este año se cumple una década del Acuerdo de París, aquel pacto celebrado como el gran punto de inflexión en la lucha contra el cambio climático. Diez años después, la evidencia demuestra que no ha logrado frenar, ni mucho menos revertir, la peligrosa desestabilización del sistema climático, que se agrava día tras día.

Al mismo tiempo, la “Conferencia de las Partes” (COP30) marca este año más de tres décadas desde su inicio bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC): treinta años de cumbres, declaraciones solemnes y compromisos que, si bien mantienen vivo el diálogo internacional, rara vez se han traducido en acciones reales.

Aunque se ha mantenido viva la colaboración internacional, la COP corre el riesgo de convertirse en un ritual anual, un evento predecible que muchos siguen como si fueran los “Óscar del clima”, en lugar de ser el espacio de urgencia para movilizar una respuesta global ante la mayor amenaza existencial para la humanidad. A tres décadas de su creación, el balance es innegable: seguimos sin resolver lo esencial. Y la pregunta es: ¿debemos seguir confiando en el proceso multilateral de las Naciones Unidas?

Frente al objetivo pactado en 2015 de “estabilizar la temperatura muy por debajo de 2 grados centígrados”, hoy, el aumento promedio de la temperatura global ya superó en 2024 el umbral de 1.5 °C sobre los niveles preindustriales, según los datos del Observatorio Copernicus. Las proyecciones del Emissions Gap Report 2024 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente son igualmente contundentes: con el desempeño actual de los gobiernos, nos encaminamos a un calentamiento de entre 2.6 y 3.1 °C hacia finales de siglo. Esto significa un mundo que sufrirá impactos climáticos catastróficos a lo largo y ancho del planeta.

Con ello, debemos comenzar a reconocer que se consuma el fracaso del objetivo central del Acuerdo de París, el tratado que, en 2015, pretendió, a su vez, corregir el fracaso del Protocolo de Kioto. Asimismo, con esto también se consuma el fracaso del objetivo mismo de la CMNUCC: evitar la interferencia peligrosa con el sistema climático.

Negacionismo al alza; planeta en riesgo

El desgaste del proceso multilateral y la falta de resultados contundentes en las COP han sido aprovechados por la ultraderecha, que ha convertido la desconfianza hacia estas en una herramienta política. Líderes como Donald Trump (EE.UU.), Javier Milei (Argentina) y en su momento Jair Bolsonaro (Brasil), entre otros representantes del negacionismo climático, han atacado abiertamente a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, presentándola como un mecanismo de control global, una amenaza a la soberanía nacional o una conspiración “verde” contra el desarrollo económico.

Estas narrativas no solo rechazan la evidencia científica y banalizan la crisis climática, sino que también alimentan un discurso antiglobalista y contrario a la cooperación internacional, lo que socava los cimientos mismos de la gobernanza climática. En ese contexto, cada fracaso o estancamiento de la COP termina fortaleciendo a quienes buscan desmantelar cualquier forma de acción colectiva frente a la emergencia planetaria.

En el otro extremo del espectro político, entre quienes defienden la acción climática, las críticas también se han intensificado. Ya no se limitan a señalar los compromisos incumplidos, las promesas vacías o la reiterada esperanza de que la próxima COP corregirá los fracasos de las anteriores. El cuestionamiento más moderado apunta a la viabilidad del formato mismo: conferencias cada vez más grandes, costosas y burocráticas, donde las negociaciones se empantanan por su propia complejidad y las decisiones cruciales se posponen año tras año.

En un nivel más profundo, la crítica más radical interroga si las Naciones Unidas deberían seguir siendo la instancia encargada de conducir este proceso. Activistas, comunidades afectadas y académicos coinciden en que las COP se han convertido en una simulación de la acción climática: un espectáculo en el que la retórica sustituye a los resultados.

¿Y si el proceso bajo la ONU colapsa?

Frente a la urgencia de enfrentar las crisis ambientales, el constante fracaso de los tratados internacionales y la falta de sanciones en el derecho ambiental internacional, debemos preguntarnos, ¿qué ocurriría si este proceso colapsa? El riesgo es doble:

Por un lado, se debilita la coordinación internacional necesaria para enfrentar una crisis que no conoce fronteras y se pierden los pocos mecanismos que apoyan a los países más vulnerables. Por otro lado, se profundiza la desconfianza social y política hacia los mecanismos multilaterales y el continuo fracaso del derecho ambiental internacional, abriendo espacio al aislacionismo, a la indiferencia o a la acción desesperada unilateral.

El peligro no es solo climático, sino también civilizatorio: perder el marco de cooperación global implicaría renunciar a cualquier respuesta concertada y consensuada ante una emergencia planetaria.

Señales de esperanza

Frente a los impactos del cambio climático que hoy presenciamos en todo el mundo, es evidente que el tiempo se agotó. Las COP, tal como las conocemos, han perdido su eficacia simbólica, su relevancia práctica y, sobre todo, la confianza incluso de quienes más han impulsado la acción climática. La emergencia exige mecanismos más vinculantes, más democráticos y menos complacientes con los intereses fósiles. Quizá sea hora de pensar en nuevas formas de gobernanza climática, en pactos regionales o locales que no dependan del consenso global imposible ni de la voluntad (o falta de ella) de los gobiernos.

Por el otro lado, quizá también es tiempo de pensar en los mecanismos de justicia necesarios para juzgar a aquellos que dejaron que el proceso fracasara; aquellos que no permitieron que la acción climática se catalizara; aquellos que deliberadamente retrasaron la toma de decisiones y protegieron el status quo; aquellos que permitieron el ecocidio y el genocidio de millones para favorecer intereses privados frente a la crisis climática.

Y, sin embargo, hay destellos de esperanza. No en la Blue Zone de las COP, donde los negociadores discuten comas y cláusulas, sino en la Green Zone, donde universidades, delegaciones de países, científicos y organizaciones sociales tejen redes, comparten soluciones y construyen alianzas.

En ese espacio más abierto y colaborativo, donde también participa activamente el Tecnológico de Monterrey, ocurre la verdadera acción: iniciativas locales, innovaciones en justicia climática, proyectos de adaptación comunitaria. Ese ámbito, más flexible, dinámico y horizontal, es quizá el legado más valioso de las COP: un laboratorio de la sociedad civil global que no espera permiso para actuar. La acción es real y concreta, pero su escala sigue siendo insuficiente. ¿Cómo potenciar el impacto de la Green Zone? ¿Cómo replicar su vitalidad y escalar su alcance en otros espacios y foros?

El objetivo de esta reflexión no es hacer una crítica corrosiva que busque simplemente atacar la COP o deslegitimar sus logros parciales. Es, más bien, señalar la urgente necesidad del reconocimiento de que el proceso multilateral actual no está funcionando y de que debe cambiar urgentemente. La mayor urgencia comienza por denunciar la normalización del simulacro de la acción; esa rutina que nos hace confundir la celebración del proceso con el avance real o que nos hace esperar que tal vez el próximo año sí haya resultados reales.

Luis Fernández Carril es Gerente Académico de Sostenibilidad en Ruta Azul, el Plan de Sostenibilidad y Cambio Climático del Tecnológico de Monterrey. Sus principales líneas de trabajo como investigador son: vías de desarrollo resiliente al clima y la justicia climática.

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