Los juegos Olímpicos de París 2024 revivieron el debate de los y las atletas intersexuales con la participación y triunfo de la boxeadora, Imane Khelif. En este artículo, publicado por la agencia SINC, los expertos explican si los altos niveles de testosterona ayudan en una competencia.
“Soy una mujer y soy rápida”. La atleta sudafricana Caster Semenya (1991) reafirmaba así su identidad después de que la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF según sus siglas en inglés) publicara una nueva regulación sobre mujeres atletas con altos niveles de testosterona, la principal hormona masculina.
Según la norma, para poder competir en carreras desde los 400 metros hasta la milla, las atletas deben reducir los niveles de testosterona a menos de 5 nmol/litro en sangre. La medida, que entró en vigor en mayo de 2019, llegó con polémica, después de que el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS según sus siglas en francés) la suspendiera tras la impugnación por parte de Semenya y la Federación Sudafricana de Atletismo, aunque finalmente el tribunal dio la razón al IAAF.
Semenya es una atleta intersexual con hiperandrogenismo, lo que provoca que sus valores de testosterona sean superiores a los de mujeres que no lo son. Algunas investigaciones han demostrado que un incremento de esta hormona mejora el rendimiento deportivo.
Un estudio publicado en British Journal of Sports Medicine señala que un aumento de la testosterona en mujeres jóvenes físicamente activas (no de élite) incrementaba su capacidad para correr durante más tiempo y aumentaba la masa muscular y la delgadez.
La testosterona influye pero, ¿cuánto?
Los investigadores seleccionaron 48 mujeres al azar de entre 18 y 35 años físicamente activas y les programaron 10 semanas de tratamiento diario con 10 miligramos de crema de testosterona o 10 miligramos de placebo. Lo que midieron fue el impacto de la hormona en el rendimiento aérobico, que registraron según el tiempo que las jóvenes corrían en una cinta antes de llegar al agotamiento.
También registraron su influencia en el rendimiento anaeróbico, midiendo la potencia de las piernas (con ciclismo) y la fuerza muscular (con saltos en cuclillas, saltos verticales de pie y fuerza de la rodilla). Según la investigación, los niveles promedio de testosterona aumentaron de 0,9 nmol/litro en sangre a 4,3 nmol/litro entre las mujeres que recibieron la crema hormonal y no se produjo ningún aumento en quienes recibieron el placebo.
Además, las jóvenes que recibieron el extra de testosterona aguantaron 21,17 segundos más hasta el agotamiento, lo que supone un 8,5 % más respecto al resto. Los investigadores no registraron cambios en el rendimiento anaeróbico de ninguno de los dos grupos y tampoco hubo alteraciones de peso.
Sí hubo diferencias en la masa muscular: la de quienes recibieron la crema hormonal aumentó 923 gramos en todo el cuerpo y 398 gramos en las piernas, en comparación con los 135 gramos corporales y 91 gramos en piernas de quienes usaron placebo.
Entre las limitaciones del estudio los autores admiten que no incluyó atletas de élite, que fueron pocas participantes y que el período de prueba solo duró 10 semanas. En SINC hemos contactado con la autora principal, Angelica Lindén, del Instituto Karolinska (Suecia) para analizar el estudio, pero ha declinado hacer declaraciones.
Unas pruebas sí y otras no
“Estas conclusiones determinan que la testosterona influye en el rendimiento deportivo, algo que nadie ha negado, pero nadie ha logrado concluir y afirmar cuánto influye”, matiza a SINC Jonathan Ospina Betancurt, doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y profesor de la Universidad Europea de Madrid.
Factores como la alimentación, el tipo de entrenamiento, las instalaciones deportivas utilizadas, el apoyo económico de los Estados o de las instituciones también influyen en el rendimiento deportivo de los atletas pero es imposible saber en qué medida, subraya el docente.
Entre los autores de este reciente estudio figura Stéphane Bermon, quien en 2017 publicó otra investigación en la misma revista junto a Pierre-Yves Garnier. Precisamente este trabajo fue el que la IAAF utilizó como base científica para aprobar su polémica nueva normativa, una investigación que fue refutada por varios científicos, entre ellos Ospina, al considerar que no demostraba que los niveles altos de testosterona mejoraran el rendimiento deportivo.
“Hicimos un contranálisis y se ve que hay errores de metodología. Los propios autores no han proporcionado los datos para volver a hacer los mismos análisis y corroborar lo que ellos han planteado”, afirma Ospina.
A pesar de la polémica, el TAS apoyó la norma de la IAAF que obliga a reducir los niveles de testosterona a las atletas que participen en las pruebas que van desde los 400 metros (incluidas las vallas) a la milla.
Sin embargo, la investigación en la que se apoya la normativa no encontró ventajas en el rendimiento de mujeres con niveles de testosterona altos ni en la prueba de los 1,500 metros ni en la milla (incluidas en la nueva regulación). En el extremo contrario, aunque la investigación sí mostró ventajas en lanzamiento de martillo y salto con pértiga, estas pruebas no son reguladas por la polémica norma.
Vulneración de derechos y discriminación
“Una de las principales máximas de la Agencia Mundial Antidopaje es evitar el consumo de sustancias que puedan dañar la salud”, recuerda el docente. “Aquí nos saltamos ese principio de los valores del deporte porque obligamos a la deportista a tomar un tratamiento farmacológico en detrimento de su salud y de sus condiciones físicas naturales”, denuncia.
Para reducir los niveles de testosterona, la IAAF plantea que las atletas tomen la píldora anticonceptiva, algo que tiene consecuencias para la salud y que, según los expertos, va contra la propia filosofía del deporte
Diferentes organismos internacionales se han mostrado contrarios a la medida, al vulnerar los derechos de las atletas y los principios de igualdad y no discriminación. Desde la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OHCHR, según sus siglas en inglés) indican a SINC que “los derechos son legales y fundamentales y se aplican a todas las personas, independientemente de la etnia, el sexo, la edad, la cantidad de testosterona, la longitud de las piernas, la altura o la fuerza física”.
Los relatores especiales de salud, tortura y el grupo de trabajo sobre discriminación contra la mujer enviaron al TAS una carta en mayo de 2018 (antes de que resolviera apoyar la nueva normativa) recordándole por qué era una medida discriminatoria. Además, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas aprobó una resolución instando al OHCHR a que escribiera un informe sobre la eliminación de la discriminación de mujeres y niñas en el deporte.
Este texto se presentó al Consejo el 15 de junio de 2021 y recomienda a los Estados que sus leyes contra discriminación incluyan la basada en variaciones intersexuales. El documento –que no tiene carácter vinculante– expone que los organismos deportivos privados y sus reglamentos dominan la esfera deportiva y que, en ocasiones, las atletas se enfrentan a violaciones de sus derechos humanos.
“Los Estados deben garantizar que los actores no estatales, incluidos los organismos reguladores deportivos, respeten los derechos humanos en sus reglamentos y sean responsables de las infracciones”, sostiene el informe.
Además, plantea que estos organismos deportivos deben revisar y revocar las regulaciones de elegibilidad que conllevan efectos negativos sobre los derechos de las atletas, incluidas las que tienen variaciones intersexuales.
Según el informe, “los Estados deberían prohibir la aplicación de regulaciones que presionen a las atletas a someterse a intervenciones médicas innecesarias como condición previa para participar en el deporte y deberían revisar e investigar la presunta aplicación de tales regulaciones”.
El caso de la española Martínez Patiño
La atleta Caster Semenya no ha sido la única en defender su intersexualidad. Antes que ella, la velocista india Dutee Chand (1996) también luchó en los tribunales después de que en 2014 fuera suspendida por su hiperandrogenismo. En España destaca el caso de María José Martínez Patiño (1961).
“María José es una atleta, vallista con un cariotipo 46 XY que presenta un síndrome de insensibilidad a los andrógenos (o síndrome de Morris), una condición genética en la cual las hormonas encargadas de desarrollar las características físicas masculinas no son asimiladas por las células”, detalla a SINC Oti Camacho, responsable de Diversidad de la Asociación para Mujeres en el Deporte Profesional.
Como recuerda la experta, este síndrome provoca que el cuerpo se desarrolle con una apariencia totalmente femenina “y lo que podría ser una ventaja no lo es porque no puede sintetizar los andrógenos”. Martínez Patiño fue excluida de la Universiada de Kobe (Japón) en 1985 por tener una Y en su cromosoma, el índice de la masculinidad. Tras años de lucha consiguió que la IAAF eliminara ese examen cromosómico.
Las pruebas de verificación de género se implantaron en la década de 1960. Como recordaba la atleta española en El País, se obligaba a las atletas a pasear desnudas ante un comité de ginecólogos que decidían si eran hombres o no. El test visual fue sustituido por la prueba del cromosoma que, a su vez, fue desplazada por la de la testosterona, hoy en vigor. “Desde el momento en que esto se realiza solo con las deportistas y no con los deportistas es claramente una medida discriminatoria y machista”, denuncia Camacho.
Fuera de la élite deportiva, la novela Middlesex (2002) de Jeffrey Eugenides recibió el Premio Pulitzer en 2003 y narra a la perfección las dificultades a las que se enfrentan las personas intersexuales. El protagonista, Cal Stephanides, relata: “Fui ridiculizado por mis compañeros de clase, convertido en conejillo de Indias por los médicos, palpado por especialistas y calibrado por Don Dinero”.
En pleno siglo XXI, las deportistas de élite siguen sometiéndose a estos exámenes con el pretexto de contrarrestar una supuesta ventaja competitiva, algo que los jugadores de baloncesto más altos tienen por naturaleza sin ser penalizados por ello.
¿Qué es la intersexualidad?
Para responder a esta pregunta antes hay que saber cómo se determina el sexo genético de una persona. Los cromosomas X e Y determinan el sexo en los humanos y en otros mamíferos. Tenemos 23 parejas: 22 de autosomas –no sexuales– y la pareja 23, que son los sexuales. Las mujeres presentan dos cromosomas X (XX) y los hombres, uno X y uno Y (XY).
El sexo se fija en el momento de la concepción. El óvulo contiene un cromosoma X, mientras que el espermatozoide que lo fecunda tendrá o un cromosoma X o uno Y, y ese determinará el sexo del bebé. Si prevalece el cromosoma X del padre, el bebé será de sexo femenino, y si hereda el Y, será masculino, con los órganos genitales característicos en cada caso.
Pero puede haber discrepancias entre los genitales internos y externos, como que un bebé tenga cromosomas de mujer y ovarios con genitales externos masculinos. En esos casos hablamos de intersexualidad. También pueden desarrollarse genitales ambiguos: los genitales externos no tienen la apariencia característica de un niño o una niña, como un bebé cuyos testículos no hayan llegado a descender.
“Las personas intersexuales nacen con variaciones de características sexuales que no se ajustan a las normas médicas o sociales para cuerpos femeninos o masculinos”, señala a SINC Morgan Carpenter, codirector ejecutivo de Intersex Human Rights Australia. Según el experto hay más de 40 variaciones intersexuales diferentes que se pueden determinar prenatalmente, en el momento del nacimiento, en la infancia, en la pubertad y en otros momentos. El hiperandrogenismo o el síndrome de Morris serían algunas de estas variaciones.
En función del sexo, la concentración de algunas hormonas es diferente. Los andrógenos son las hormonas sexuales típicas masculinas –la testosterona es la más conocida–, mientras que los estrógenos son las femeninas. (Agencia SINC)