“¿Podemos cambiar el rumbo del desarrollo hacia la sustentabilidad?”, preguntó la científica mexicana Julia Carabias el 26 de mayo frente a 21 rectores de universidades mexicanas. “No tengo ninguna duda de que sí lo podemos hacer. Y yo creo que esto es un mensaje que es muy importante que profesores, maestros, rectores, rectoras tengamos permanentemente en nuestras comunidades con los jóvenes universitarios”.
Durante la Cumbre de Rectoras y Rectores de Universidades Mexicanas por la Acción Climática —realizada en la UNAM y organizada junto al Tecnológico de Monterrey—, Carabias expuso durante 30 minutos las correlaciones más importantes entre el aumento de las temperaturas desde el periodo preindustrial y las consecuencias a menos de un siglo si no se actúa más.
“Necesitamos entender estas interacciones y ahí es donde está costando mucho más trabajo incluso desde la propia comunidad académica que es científica”, reflexionó.
La bióloga y fundadora de la organización Natura recordó la reciente crisis sanitaria que agravó las ya existentes crisis sociales y económicas. “Pero lo que nos está costando mucho trabajo es entender que buena parte de la madre de las crisis está siendo las crisis ambientales”.
La mejor ciencia disponible
“La cantidad de información que han generado nuestras universidades, para nuestras ciudades, para el campo, para la producción de alimentos, para la energía es inimaginable. El gran problema que yo veo es cómo todo esto puede incidir verdaderamente en las políticas públicas”, recordó.
De igual forma, llamó a restablecer los “los canales rotos y hasta vinculantes” que debería tener el gobierno federal y los estatales de tomar forzosamente en las decisiones, la mejor ciencia disponible.
“Incluso, si no se toma la mejor ciencia disponible, tendría que ser algo que estuviera castigado, porque la evidencia está y la toma de decisiones hoy no permite que podamos que nos retrasemos”, concluyó.
“Produciendo con malas tecnologías, consumiendo de manera inadecuada”
Durante su intervención, explicó que desde la Segunda Guerra Mundial, con la llamada “gran aceleración” —cuando el crecimiento económico superó ampliamente al demográfico a partir de los años cincuenta—, se han desarrollado procesos exponenciales en el uso del agua y en el crecimiento poblacional, lo que ha afectado los distintos sistemas planetarios.
“Esto está implicando que estamos extrayendo del medio ambiente a velocidades muy intensas un conjunto de productos como son los minerales, los hidrocarburos y esto se concentra en esta segunda etapa que es la llamada aceleración”, comentó.
Carabias mencionó el impacto que tienen las actividades humanas, como la sobreproducción de electrodomésticos y su obsolescencia programada, de teléfonos celulares o de prendas de vestir en la industria textil, y cómo estos productos terminan en vertederos ubicados en regiones como el desierto de Atacama, en Chile, o en Ghana.
Dijo que todas las actividades humanas generan gases de efecto invernadero, pero principalmente debido a la producción de energía a partir de hidrocarburos, la agricultura, la explotación forestal y el cambio en el uso de suelo, lo que incluye la deforestación y el uso de agroquímicos.
El impacto de la actividad agropecuaria en deforestación mexicana
“La producción de alimentos, como la estamos haciendo, está afectando a la cobertura vegetal, está emitiendo el 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero, consume el 70% del agua limpia, particularmente los cárnicos en donde el ganado es el productor del metano, pero además también en la deforestación”, dijo.
Carabias explicó que la mitad del planeta está deforestado por la producción de alimentos y dos tercios de los océanos están intervenidos lo que ha cambiado la correlación entre ecosistemas.
Indicó cómo se ha distribuido la biomasa entre mamíferos: un tercio le toca a los humanos, casi dos tercios al ganado vacuno y a la fauna silvestre le toca apenas el 5%, cuando esta correlación hace 1000 años era a la inversa.
La pérdida de biodiversidad y desconexión de espacios
La pérdida de biodiversidad genera gases de efecto invernadero, porque se pierden los sumideros (un sistema o proceso que almacena carbono) y se libera el dióxido de carbono capturado. Además fragmenta los hábitats impidiendo el desplazamiento de las especies.
“Estamos construyendo grandes o jardines botánicos. No están conectados estos espacios y eso va en deterioro de la diversidad genética y de la viabilidad de las especies”, advirtió Carabias.
Si seguimos en 1.5 grados…
Al mostrar una gráfica, señaló que en el año 1800 se registró una temperatura estable que “empieza a brincar” a partir de los años 60, igual que el patrón de la concentración del dióxido de carbono. “Es claro que el incremento de la temperatura es producto de la actividad humana”, enfatizó.
Julia Carabias retomó la comparación realizada por el titular del Programa de Investigación en Cambio Climático (PINCC), Francisco Estrada, quien advirtió a inicios de mayo sobre un aumento global de temperatura y un incremento de 0.3 grados más en México que el promedio del mundo.
Carabias explicó que el impacto puede comprenderse comparándolo con el cuerpo humano: “si tenemos 36 y medio no es lo mismo que si tenemos 38 grados en nuestro cuerpo” y la manera en la que repercute en los signos vitales del cuerpo, pero en este caso, en el planeta.
Desde 2023 la temperatura global ha aumentado por arriba de 1.5 grados Celsius, lo cual está contraindicado en los Acuerdos de París –firmados por México y otros países–que buscan mantener el aumento global por debajo de los 2°C y, preferentemente, no superar los 1.5°C.
Historia de éxito que le valió el Nobel a Molina
Carabias aseguró que es posible revertir el aumento global de la temperatura. Recordó el estudio sobre los clorofluorocarburos (CFC) y su impacto en el adelgazamiento de la capa de ozono, realizado por el científico mexicano Mario Molina, quien recibió el Premio Nobel de Química en 1995.
Gracias al Protocolo de Montreal, impulsado por la ONU, y a la reconversión de procesos industriales, se logró contener el daño a la capa de ozono.
Carabias destacó algunas políticas de conservación que deberían impulsarse, como:
- Deforestación cero
- Fortalecer y extender el sistema de áreas naturales protegidas
- Promover cadenas de mercados de productos verdes
- Fomentar sistemas productivos sustentables que no impliquen la deforestación, como forestería, manejo de vida silvestre y ecoturismo
- Una política alimentaria: que no necesariamente elimine el consumo de cárnicos, pero disminuir el consumo y hacer planeación.
- Llamó a una política energética que vaya hacia un proceso transicional de la eliminación de los hidrocarburos.
¿Te interesó esta historia? ¿Quieres publicarla? Contacta a nuestra editora de contenidos para conocer más marianaleonm@tec.mx