Invertir en cuidar la primera infancia —específicamente la etapa de los dos a cinco años de edad— tiene efectos positivos a corto y largo plazo en el bienestar de niñas y niños, sus cuidadores y la sociedad en general. Esto es especialmente importante en los países de ingresos bajos y medios.
“Después de mi primer proyecto con niños pequeños en preescolares, algo cambió para mí”, cuenta Catherine Draper, profesora asociada de la Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica.

Ella, en conjunto con un grupo multidisciplinario, multiinstitucional y multicultural de investigadores, ha puesto en la mesa la importancia de garantizar que esta época se viva de forma saludable, segura y plena a través de una serie de artículos publicados recientemente en The Lancet.
Desde el nacimiento hasta los dos años, las infancias pasan la mayoría del tiempo con sus padres o cuidadores primarios y el personal de salud, pues es la época en la que son vacunadas y van a revisiones médicas.
A partir de los dos años, esto cambia y empiezan a pasar la mayoría del tiempo con sus cuidadores y personal de guarderías —si tienen los recursos para ir— antes de entrar al sistema escolarizado a los cinco años.
Esta ventana es un reto: muchos niños y niñas no reciben la estimulación adecuada para que su desarrollo sea óptimo. Esto también representa una oportunidad para crear intervenciones basadas en evidencia que permitan impulsar el bienestar durante estos años.
“Llamamos a esta etapa los siguientes mil días”, dice Draper. “Este trabajo se construye sobre series previas en The Lancet que generaron un fuerte empuje en los primeros mil días”, dice Milagros Nores, codirectora del Instituto Nacional de Investigación en Educación Temprana (NIEER), y una de las autoras de la nueva serie.
Desarrollo infantil temprano: La importancia de los siguientes mil días
Durante los siguientes mil días, existen cambios en el cuerpo y el comportamiento de las infancias. Su dieta pasa de estar basada predominantemente en leche materna o fórmula a estarlo en las frutas, verduras y proteínas.
También, es la época en donde empiezan a hablar, caminar y jugar más, queriendo explorar sus alrededores con gran interés.
Así, los programas de estimulación o guarderías necesitan basarse en las especificidades de esta etapa, contar con lecturas de cuentos, enseñanza de conceptos básicos de geometría, espacio y temporalidad, desarrollo de habilidades motoras, emocionales y sociales, así como la promoción de una buena alimentación.
Estos programas pueden ser impartidos en diversos espacios, dependiendo del país y el lugar. “Puede ser un grupo de juego, una guardería, un preescolar o visitas domiciliarias”, dice Draper.
En ellos, no es necesario sentarles en sillas frente a un pizarrón, sino que pueden ser distintos juegos o actividades que estimulen distintos aspectos que necesitan para desarrollarse de forma segura, saludable y feliz.
Para ello, es importante trabajar con organizaciones no gubernamentales u organizaciones civiles que entienden muy bien qué se necesita.
También, es importante que los programas se basen en evidencia que sirva como guía de cuáles son las intervenciones que mejor funcionan, qué deberían saber hacer las infancias a esas edades, o cuántos niños y niñas puede cuidar una sola persona
“La investigación tiene el efecto de medir a corto, mediano y largo plazo si estamos logrando lo que queremos”, dice Nores. “Los buenos programas, además, inspiran a hacer ese trabajo y hacerlo bien”.
El contar con estas intervenciones no solo mejora el desarrollo cognitivo y emocional de las infancias, también sirve para identificar si en los años previos sufrieron algún daño o les hizo falta algo, funcionando como una oportunidad para repararlo.
El alto costo de no invertir
En los países de ingresos bajos y medianos, que incluyen a México, alrededor de 182 millones de niños de tres y cuatro años no reciben cuidados adecuados, lo cual pone en peligro su desarrollo saludable.
Por esto, es importante promover la inversión en programas de intervención para los siguientes mil días. De acuerdo con la serie, existen tres categorías en las que más vale la pena invertir, basándose en la evidencia: la provisión de educación y cuidado infantil temprano —como guarderías y preescolares—, intervenciones para padres y transferencias monetarias a las familias.
El costo de implementar un programa básico de educación y cuidado infantil durante un año costaría menos del 0.15% del Producto Interno Bruto (PIB) de un país, mientras que el no invertirlo resultaría en un beneficio perdido de 8 a 19 veces este costo.
“A través de interacciones que hemos tenido con organizaciones internacionales y gobiernos, creo que el ángulo económico es el que más resuena”, dice Draper.
Las consecuencias de no invertir en estos programas son aún más graves en contextos rurales y de pobreza pues tienen un mayor riesgo de no recibir estimulación cognitiva y emocional adecuada, hay mayores tasas de desnutrición y precarización de la salud y faltan apoyos a padres y cuidadores. Además, la distribución de estos programas suele favorecer áreas urbanas de ingresos medios a altos.
En Latinoamérica, los países varían en cuanto a cobertura de estos programas. En toda la región es necesario invertir no solo en expandirla, sino también garantizar que se les de seguimiento y se haga énfasis en su calidad.
“Es importante lograr compromisos financieros de gobernanza multisectoriales, desde lo nacional hasta lo local, que realmente se enfoquen en inclusión, equidad y calidad”, dice Nores.
Cuidar a la primera infancia como una prioridad global
A futuro, la serie propone adaptar los programas de intervención a los distintos contextos que se viven en los países, incluyendo los urbanos, periurbanos y rurales, asegurando que en todos la calidad sea una prioridad.
También, urgen a los gobiernos a darle importancia a los siguientes mil días, asegurando que existan políticas públicas enfocadas en ellos, así como financiamiento sostenido para los grupos y proyectos para ellos.
Además, es indispensable que se integren los servicios de salud, nutrición, protección social y educación en puntos de atención a los que puedan acceder todos los sectores de la población.
Esto está en línea con la idea de que deben encontrarse mecanismos para proteger la salud mental de sus cuidadores, así como de las personas que integran las guarderías, preescolares, sistemas de educación y de salud.
“Para los cuidadores que están batallando para alimentar a su familia o cubrir sus necesidades básicas, puede sentirse muy abrumador pedirles que hagan cosas extra”, dice Draper.
Más allá de eso, es indispensable impulsar el cuidado cariñoso y sensible para las infancias, en donde se elimine la violencia y los castigos físicos, procurando una atención amorosa, comprensiva y segura. En la serie, se encontró que solo uno de cuatro niños de tres a cuatro años lo reciben en países de ingresos bajos y medianos.

“Esta información no tiene la intención de culpar a los cuidadores”, dice Draper. “Pero es crítico que entendamos cuáles son las barreras estructurales y los múltiples factores que influyen en su habilidad de proveer a las infancias lo que necesitan para prosperar”.
Lograr que los siguientes mil días se vivan de forma segura, saludable y plena, requerirá de un entendimiento por parte de toda la sociedad de lo importante que es proteger a las infancias.
“Un compromiso claro es crítico para lograr avanzar en primera infancia”, dice Nores, “Es importante que se utilice la información de la investigación como forma de rastrear el progreso y las desigualdades”.
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