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La conexión entre intestino y cerebro: hablemos de psicobióticos

Algunas bacterias intestinales tienen la capacidad de afectar el cerebro y moderar emociones como estrés y ansiedad. El equipo del Tec investiga cómo integrarlas en la dieta para mejorar la salud mental.
Relación entre microbiota intestinal y salud mental .
La investigación sobre microbiota y psicobióticos revela nuevas estrategias para cuidar el bienestar mental desde la alimentación. (Ilustración: Getty Images)

En las últimas décadas, los probióticos se han popularizado como una herramienta para fortalecer la microbiota intestinal. Aunque sus propiedades se conocen desde inicios del siglo XX, su adopción masiva comenzó en los años 2000 y el interés global aumenta: en 2023, el mercado internacional de probióticos fue valuado en 87,700 millones de dólares y se proyecta que supere los 200,000 millones para 2030.

Sus beneficios han sido documentados en múltiples estudios científicos y van desde la salud intestinal e inmunológica hasta mejorar la piel. Aunque su beneficio más visible ha sido la salud intestinal, estudios recientes sugieren que algunas cepas también podrían influir en el estado de ánimo y los niveles de estrés. Esto ha abierto una nueva línea de investigación sobre los psicobióticos.

“Hay microorganismos en los que se ha visto que el consumo regular ha tenido efectos en reducir la ansiedad, la depresión y el estrés”, explica Tomás García Cayuela, investigador en biotecnología y en ciencia y tecnología de los alimentos en la Escuela de Ingeniería y Ciencias del Tec de Monterrey.

Desde su laboratorio en el campus Guadalajara, el experto y su equipo analizan la relación entre el intestino, la alimentación y el bienestar emocional.

¿Qué es el eje intestino-cerebro?

El eje intestino-cerebro es un sistema de comunicación bidireccional que conecta al sistema nervioso con la microbiota. Cuando comemos, los nutrientes que no se absorben llegan al intestino grueso, donde conviven millones de microorganismos que interactúan con células intestinales y sistemas como el nervioso, linfático e inmune.

“Las señales van desde el intestino al cerebro, pero también desde el cerebro al intestino”, dice García. “Los microorganismos en el intestino son los intermediarios de toda esa acción”.

Por ejemplo, cuando el cuerpo experimenta estrés, el cerebro libera cortisol, una hormona que puede generar inflamación y malestar estomacal. Esta señalización ocurre a través de tres rutas principales: el sistema endocrino, los neurotransmisores y las moléculas del sistema inmunológico, además del eje del cortisol que coordina la respuesta entre intestino y cerebro.

“El ácido gamma-aminobutírico que se produce a nivel del intestino también lo producen ciertas bacterias lácticas”, explica García. “Nos dan esa sensación de calma, nos relaja. Si esos microorganismos no producen ese neurotransmisor, entonces vas a estar muy acelerado”. Para que este sistema funcione, la microbiota debe mantenerse en equilibrio. Si se deteriora, también disminuye la capacidad del organismo para sintetizar neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y el GABA.

De los probióticos a los psicobióticos

El término “psicobiótico” se refiere a cepas específicas de probióticos capaces de modular el eje intestino-cerebro y apoyar la producción de neurotransmisores relacionados con el bienestar. Esta línea de investigación cobró fuerza a partir de los estudios del investigador John Cryan en la Universidad de Cork y del libro The Psychobiotic Revolution. Mood, Food, and the New Science of the Gut-Brain Connection (2017).

Durante la pandemia, el interés académico creció aún más. En 2020, el grupo de García Cayuela publicó un artículo en el que examinaron más de 700 estudios científicas para evaluar cómo los alimentos fermentados podrían potenciar un efecto psicobiótico sin necesidad de suplementos aislados.

Los autores identificaron una tendencia clara: el número de investigaciones está aumentando, pero aún no existe un estándar metodológico para evaluar qué cepas o formulaciones realmente funcionan. “Hasta donde sabemos, no se ha realizado ningún estudio sistemático sobre la evaluación de posibles psicobióticos según su mecanismo de acción o metodología experimental”, escriben en el artículo mencionado.

Ahí es donde el investigador ve el mayor desafío. “¿Por ejemplo, en qué cepas bacterianas? ¿Y qué metodología hay que seguir para ir validando todos los pasos desde el laboratorio hasta que se puede lanzar al mercado?”, explica.

Ciencia circular: aprovechar residuos para producir psicobióticos

El equipo también trabaja en proyectos que combinan salud intestinal y sostenibilidad. Con apoyo del gobierno de Jalisco, han desarrollado formulaciones psicobióticas a partir de subproductos de la industria alimentaria, como el lactosuero que se genera cuando se produce el queso y que muchas empresas pequeñas desechan.

“Nosotros aprovechamos ese lactosuero como un medio de cultivo para crecer a los probióticos que sabemos que tienen alguna función psicobiótica”, explica el investigador.

El equipo también aprovecha frutas descartadas de la industria de frutos rojos de Jalisco, que conservan sus propiedades nutricionales, para cultivar cepas probióticas capaces de producir GABA. Con estas formulaciones, evaluadas en colaboración con el Centro de Investigación Biomédica de Occidente del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), observaron reducción de inflamación, mejora en la conducta y menor muerte neuronal en modelos animales de estrés crónico.

¿Qué sigue para los psicobióticos?

El grupo se prepara ahora para un nuevo proyecto enfocado en demencia senil en adultos mayores, incorporando inteligencia artificial para optimizar combinaciones de cepas y nutrimentos. Este proyecto se realiza en conjunto con el Banco de Alimentos de Guadalajara para aprovechar frutas que no pueden venderse directamente.

Su visión es mejorar la calidad de vida a través de la alimentación y no solo mediante suplementos. Aun así, el investigador aclara que estos desarrollos no sustituyen a los tratamientos médicos: «Si ayudamos a potenciar la medicación o hacemos que se reduzca por los efectos secundarios, pues hemos conseguido mucho”.

El investigador subraya que los mecanismos que regulan la salud mental varían entre individuos, por lo cual es importante discutir cualquier cambio en el tratamiento con un doctor. Su consejo: “No es necesario sobresaturarse de suplementos. Es necesario conocer cuáles son las necesidades que cada uno tiene”.

Aunque los psicobióticos aún se encuentran en fase de investigación, cuidar la microbiota ya forma parte de las recomendaciones para el bienestar integral. Una dieta rica en fibra, alimentos fermentados y hábitos saludables sigue siendo la forma más accesible de fortalecer esta conexión biológica entre el intestino y el cerebro.

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Autor

Picture of Nuria Márquez Martínez