Para muchos, el arte y la ciencia son dicotómicos, no así para Aurea Karina Ramírez. La ganadora del premio Mujer Tec 2023 en la categoría Ciencia ha sido siempre una apasionada de la pintura, la literatura, la historia.
Creció en Oaxaca, entre las galerías, los museos y las iglesias del Centro Histórico, en el seno de una familia dedicada a la cultura. “Mi mamá trabajaba en Santo Domingo y yo me la vivía en talleres de pintura y cerámica; conocía muy bien las colecciones, sabía de qué año eran algunas piezas”, cuenta con la emoción de alguien que tuvo una infancia feliz.
“Estaba segura de que iba a ser pintora, incluso gané varios concursos. Pero también me gustaba mucho la ciencia, me encantaba leer libros de divulgación científica, entender cómo funcionaban las cosas y también leía historias futuristas de cómo serían las ciudades”.
La entrevista tiene lugar en el Centro de Bioingeniería, el edificio más nuevo y llamativo del campus Querétaro del Tec de Monterrey, una estructura de concreto de paneles inclinados que dejan pasar la luz y le da ligereza. No hay tanto movimiento este viernes por la mañana de julio, son vacaciones.
Aun así, algunos investigadores siguen trabajando en uno de los 12 laboratorios de este innovador espacio en el que se pueden hacer estudios de genómica y metabolómica, así como pruebas de biomarcadores.
Aurea me recibe en el área de profesores. Hoy no trae la bata con la que la he visto en fotos, por el contrario, luce una blusa ligera y colorida. De sonrisa amplia y fácil, segura y muy clara, la investigadora, que también fue reconocida como Profesor Inspirador en 2021, se muestra muy abierta a platicar de todo.
A mi pregunta de cómo llegó al Tec me cuenta que a los 15 ganó una beca para estudiar en la Prepa Tec de Querétaro por sus buenas calificaciones y que después, llegado el momento de elegir carrera, ella, que creía que sería artista, terminó inclinándose por la Ingeniería en Alimentos: “Me llamaban la atención los laboratorios padrísimos y los profes con sus batas”.
Posteriormente se concentró en el tema de la alimentación funcional y estudió una maestría y un doctorado en la Universidad de Querétaro (UAQ). Regresó al Tec como profesora de cátedra; estuvo en varios campus haciendo proyectos, y más tarde logró cambiar al modelo de profesor investigador con base en Querétaro, un campus que ofrece grandes oportunidades a los científicos que trabajan en los sectores de los alimentos.
Detrás de la nutrigenómica
Actualmente, la doctora Aurea trabaja en distintas líneas de investigación. Uno de sus proyectos, realizado en conjunto con la doctora Marcela Gaytán de la UAQ, es una golosina hecha con cáscaras y bagazo de fruta que contribuye a reducir el porcentaje de grasa en el hígado, así como a modular la microbiota intestinal en niños que presentan algún grado de obesidad.
Otro proyecto está centrado en el aprovechamiento de los miles de kilos de fibras desechadas en la destilación del mezcal, para incorporarlos a alimentos funcionales y, de esta manera, volverlos ricos en antioxidantes y fibra.
Tu trabajo de investigación se centra en la nutrigenómica. Seguramente mucha gente no entiende ese término…
Hace 10 años casi nadie lo conocía. Yo lo aprendí en el posgrado y me interesó. Gracias a eso le di un giro a mi proyecto de doctorado: decidí no quedarme en la formulación del producto, sino hacer un estudio clínico para identificar lo que sucede en el cuerpo al consumirlo.
La gente hoy tiene más información, ha habido un cambio en la conciencia, ahora sabemos que hay una conexión entre la alimentación y el desarrollo de enfermedades. Sabemos qué metabolitos y genes se activan al consumir cierto tipo de dieta, qué diversidad de microbiota podrías tener, etcétera.
Una de las grandes tendencias de la nutrigenómica, y que será una realidad en un futuro próximo, tiene que ver con desarrollar alimentos personalizados de acuerdo con tu genoma, tu ADN.
En varias de tus iniciativas de investigación incorporas los principios de la economía circular…
El grupo de investigación que lidero se llama Sustainable Bio Products y nuestro objetivo es revalorizar productos y aprovechar residuos. Uno de mis proyectos tiene que ver con hacer alimentos funcionales a partir de residuos, pero también estamos haciendo biofertilizantes.
Otra línea de investigación tiene que ver con productos para controlar emociones, para regular la microbiota intestinal a partir de ingredientes que se pueden obtener de fibras del residuo de agave.
Todo este impulso surgió a partir de Nat Pro Lab, un proyecto estratégico que impulsó Ashutosh Sharma, director del Centro de Bioingeniería, y entre todos nos apoyamos.
¿Qué come alguien como tú que es tan consciente del efecto que tienen los alimentos en el organismo?
Trato de llevar una dieta muy balanceada justamente porque ya sé lo que va a pasar si como ciertas cosas… Aunque a veces no se puede, trato de integrar por lo menos una fruta y una verdura en todas las comidas. Ceno muy poco y cuando lo hago es una ensaladita y una proteína.
Nunca tomo refrescos ni jugos, prefiero siempre agua, té, cerveza o café. Justamente se ha descubierto que puede tener efectos positivos o negativos dependiendo del genoma y metabolismo de las personas.
También se ha comprobado que el mejor método para preparar café es filtrarlo a presión, como en un espresso. De esta forma no se arrastra tanta cafeína y otras sustancias, comparado con un café de olla que no está filtrado y que arrastra algunos compuestos que no son tan deseables.
De premios y fracasos
En marzo fuiste reconocida con el premio Mujer Tec en la categoría Ciencia, ¿para qué sirve ganar premios?
Un premio te reafirma en tus capacidades, pero lo más importante es que te hace visible para construir una red de colaboración. Los premios sirven para abrir puertas y ponerte en lugares que te permiten relacionarte con personas clave.
En mi caso, el premio Alejandrina que gané en 2020 me ayudó a impulsar mi faceta como investigadora. El de Profesor Inspirador que recibí en 2021 me ayudó a conocer a mucha gente de otras áreas y gracias a ello han surgido colaboraciones que no me hubiera imaginado.
También, gracias a los premios, las empresas se acercan porque se dan cuenta de que puedes hacer algo que ellos necesitan.
¿Qué es lo más difícil de ser investigadora?
Conseguir fondos, tener los recursos necesarios. No siempre es tan fácil, dependiendo del área en la que estés es menos o más complicado. Yo trabajo en estudios clínicos que necesitan muchos recursos para poder ser investigados.
¿Cúal es el fracaso que te ha hecho aprender más?
Durante el doctorado hice una presentación a una universidad extranjera y me di cuenta de que no pude comunicar claramente el objetivo de mi proyecto. No por el inglés, sino porque mis ideas eran muy abstractas.
Detecté esta falla y fue un incentivo para prepararme más y creo que he cambiado muchísimo en ese sentido. He aprendido a hacer presentaciones claras, a desarrollar habilidades administrativas y de organización, a presentar con seguridad y actitud. El resultado es que actualmente tengo tres fondos aprobados.
¿Qué ven en ti los alumnos? ¿Por qué consideras que ganaste el premio de Profesor inspirador?
Creo que tengo empatía. Me gusta interesarme en saber quiénes son mis alumnos, cómo se sienten, qué les interesa, cómo perciben las cosas. Hablarles de las posibilidades de la investigación, abrirles el panorama, que vean que pueden crear soluciones para la salud pública o convertirse en emprendedores.
El camino del arte
Muchos años después de haber dejado el camino del arte, Aurea lo reencontró gracias a una colaboración con la Escuela de Arquitectura Arte y Diseño del Tec, donde empezó a desarrollar tintas bacteriológicas para Said Dokins, un artista contemporáneo conocido por hacer caligrafías en muros en distintas partes del mundo.
Lo interesante es que al usar las tintas que desarrolla Aurea, las letras crecen y cambian de forma. También, participa en otro proyecto para medir las ondas cerebrales de las personas en distintos estados de ánimo y ver cómo se conecta esto con la microbiota intestinal, con el fin de convertir todos estos datos en música. “Son colaboraciones increíbles porque a mí nunca se me hubiera ocurrido. Para mí, fue como recuperar la oportunidad perdida de dedicarme al arte”.
Separada desde hace 12 años, Aurea ha formado a sus tres hijos sola, al tiempo que desarrolla su carrera de investigadora. “Con mis hijos tenemos una dinámica familiar muy colaborativa. Todos ayudamos en casa, sacamos a pasear al perro; a mi hijo, por ejemplo, le encanta cocinar y yo creo que le heredé mi gusto por la cocina italiana porque prepara unas pastas y focaccias deliciosas”. Su familia, que se mudó a Querétaro dos años después que ella, siempre ha estado para apoyarla cuando lo necesita.
¿Cómo ves tu futuro?
Creo que puedo consolidar el grupo de investigación y empezar a hacer más conexiones con la industria para que colaboremos en conjunto; crear recursos, darle mayor impulso a los estudiantes y consolidar líneas de investigación. También, explorar la opción de un emprendimiento o una transferencia de tecnología.
¿Si pudieras resolver un problema de la humanidad, ¿cuál sería?
Serían dos. Uno tiene que ver con la sustentabilidad. Busco encontrar maneras de disminuir la generación de residuos y tener menor impacto energético e hídrico. El otro sería mejorar la calidad de los alimentos, que estén más disponibles, que sean más nutritivos, que no tengan un impacto negativo en la salud.