El acoso sexual callejero es una de las formas principales en la que las mujeres experimentamos la violencia de género. En particular, al suceder en espacios públicos, esta tiene el poder de cambiar la forma en que habitamos la ciudad. Sin embargo, a pesar de que es una vivencia común, la investigación sobre este es escasa.
“Todas lo vivimos, nuestras amigas, madres, hermanas, tú y yo sabemos que pasa, pero casi no hay nada registrado”, dice Aleksandra Krstikj, profesora investigadora de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño (EAAD) del Tec de Monterrey.
En México, el 45.6% de las mujeres han sido agredidas en la vía pública por lo menos una vez en su vida, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Ante mayor falta de evidencia científica de este tipo de acoso, un grupo de investigadores de la EAAD realizó un estudio sobre el impacto de este en la vida diaria de un grupo de mujeres de Riberas del Bravo, una de las colonias más inseguras de Ciudad Juárez, Chihuahua.
En general, el acoso sexual callejero se define como una serie de acciones, gestos, palabras y manifestaciones no deseados de naturaleza sexual que son dirigidas de los hombres hacia las mujeres en espacios públicos.
De acuerdo con los académicos, el efecto de este es anular a la mujer como sujeto de derechos, situándola como un objeto sexual a través de la humillación y el miedo.
“Es un mecanismo de control muy fuerte, una forma más de controlar nuestros cuerpos”, dice Krstikj. “Al final tú eres la que tienes que cambiar tus movimientos, hacia dónde miras, cómo te vistes o por dónde vas a pasar”.
Estudiando las calles de Riberas del Bravo, Chihuahua
Liderados por Hugo Martínez, investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, quien hizo su estancia postdoctoral en la EAAD, los expertos entrevistaron a siete mujeres de la zona para entender los horarios, lugares y formas en que experimentan acoso sexual callejero, así como la manera en que modifica su relación con las calles y espacios que transitan.
Las mujeres, en un rango de edad de entre los 17 y 35 años, reportaron vivir acoso sexual callejero frecuentemente en forma de chiflidos, comentarios sexuales, persecuciones, miradas y captura de fotografías sin su consentimiento.
En cuanto a los espacios en donde estos incidentes sucedieron fueron la avenida principal de Riberas del Bravo, la gasolinera, el tianguis, tiendas de conveniencia y calles vacías.
“Vimos que estos hechos tienen temporalidad, no solo espacialidad, ocurren a cierta hora y en cierto día”, cuenta Krstikj.
De acuerdo con los resultados de las entrevistas, este acoso es más frecuente a partir del jueves durante la noche y dura gran parte del fin de semana entre la tarde y la noche. Del lunes al miércoles prácticamente desaparece, con el jueves, sábado y domingo siendo los días más comunes.
“Cada jueves, los trabajadores de las maquiladoras reciben su pago, por lo que también aumenta significativamente el consumo de alcohol y drogas”, dice la experta sobre otros factores a considerar.
En cuanto a quiénes llevan a cabo este tipo de violencia, se trata de hombres –que están solos o en grupos de dos o más– que las abordan cuando están solas caminando hacia sus casas, lugares de trabajo o para reunirse con alguien.
Estos hallazgos hacen eco de la situación actual en cuanto a la violencia de género que se vive en México y, en particular, en Riberas del Bravo, la cuarta zona habitacional más letal para las mujeres en Ciudad Juárez, con 36 casos de homicidio femenino y feminicidio en 2023.
El acoso sexual callejero cambia la forma en que las mujeres habitamos los espacios
El acoso sexual callejero que se vive en Riberas del Bravo tiene un efecto profundo en las vidas de las mujeres que lo experimentan.
A causa de este, suelen caminar más deprisa, tomar el teléfono con la mano, sonreír y decir buenas tardes, evitar hacer contacto visual y la confrontación. También, dejan de frecuentar los espacios donde lo han vivido y permanecen en sus hogares durante la noche.
Este cambio en la forma en que transitan las calles es una forma de segregación social y espacial, en donde dependiendo del género será el uso que se le dará al espacio.
El no salir de casa a ciertas horas es como un toque de queda por género que ellas mismas se imponen para evitar ser acosadas.
“Es el resultado de todo este mecanismo patriarcal que desafortunadamente también está instalado en las políticas públicas”, dice Krstikj.
La investigadora indica que los hechos no suelen ser reportados por las mujeres a las autoridades, por lo que es difícil conocer con exactitud qué tan grave es el problema a nivel nacional.
“Las mujeres que entrevistamos no lo reportan porque le tienen más miedo a la policía que a quienes las acosan”, indica la experta. De acuerdo con ella, de esta forma el Estado le falla a la mujer al no garantizar espacios seguros ni mecanismos de protección.
El diseño urbano tiene un papel importante en seguridad
Tras este estudio, los investigadores esperan que se hagan nuevos análisis con el objetivo de entender el acoso sexual callejero y su impacto en las vidas de las mujeres mexicanas y latinoamericanas.
Desde su grupo, buscan proponer estrategias para diseñar el espacio público con perspectiva de género, para así ayudar a reducir la frecuencia de este tipo de acoso.
“Esta estructura patriarcal también se refleja en cómo se diseñan las ciudades”, dice Krstikj. “En una próxima investigación vamos a ver qué elementos de diseño urbano podemos mejorar para que las mujeres se sientan seguras”.
Algunos de los aspectos en los que se puede trabajar es el alumbrado público para reducir espacios oscuros en los que el acoso pueda pasar desapercibido. También, eliminar muros ciegos o vegetación muy alta, para no generar escondites o barreras que imposibiliten la vigilancia ciudadana.
Ampliar el tipo de uso que se le da a las localidades también puede ser una buena estrategia para aumentar el flujo de personas y así reducir los incidentes.
Sin embargo, de acuerdo con la experta, estos son solo elementos que pueden ayudar a disminuir la incidencia del acoso sexual, porque para realmente erradicarlo deben haber políticas públicas enfocadas en desigualdades de género.
“El mejorar el espacio público es como ponerle un curita a la herida, queremos mejorar el diseño urbano en términos de seguridad, pero más allá de eso, creo que también hay que incidir en políticas públicas”, expresa Krstikj.
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