En las periferias de la Ciudad de México, conseguir comida fresca que permita la alimentación saludable de su población es mucho más difícil que encontrar alimentos ultraprocesados o altos en azúcares refinadas. Esta falta de accesibilidad acentúa las desigualdades que se viven ahí.
“Lo que más encuentras en la zona periurbana son papitas o comida en latas, lo cuales son malos para la salud cuando se consumen en exceso”, dice Alexandra Krstikj, profesora investigadora de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño (EAAD) del Tec de Monterrey, en entrevista con TecScience.
Ella y un grupo de investigadores, conformado por Gerardo Contreras Ruiz Esparza y Christina Boyes, publicaron recientemente los resultados de sus investigaciones que han buscado descifrar la raíz de esta falta de acceso a alimentos saludables en la capital mexicana y cómo solucionarla desde la planeación urbana.
De septiembre a diciembre de 2022, salieron a las calles a realizar encuestas, analizar el costo de los alimentos, la disponibilidad de tianguis y la movilidad de distintas zonas de la ciudad para empezar a desmenuzar el problema.
Su idea es usar esta información para proponer una serie de pasos que permitan que la Ciudad de México y sus periferias pasen de tener pantanos alimentarios a paisajes nutritivos.
“Los pantanos alimentarios son lugares en donde la comida fresca y no procesada es escasa en comparación con alimentos ultraprocesados”, explica Krstikj. Por otro lado, los paisajes nutritivos son aquellos en donde los alimentos frescos abundan, se producen localmente, son asequibles y pueden obtenerse con facilidad.
Paisajes nutritivos y pantanos alimentarios
Entre sus hallazgos, encontraron que, actualmente, en la periferia de la ciudad se requiere el 23% del salario mínimo para poder adquirir frutas, verduras, carne o pescado fresco.
Por otro lado, en zonas como Atizapán de Zaragoza, habitan alrededor de medio millón de personas y hay apenas cuarenta tianguis con comida fresca disponible. Mientras tanto, en la Ciudad de México, hay alrededor de 1,300.
Además, la falta de accesibilidad ocasionada por un transporte público escaso o deficiente y que no haya fuentes de alimentos frescos a las que se puedan acceder caminando hace aún más compleja la problemática.
Para los investigadores, la solución está en fomentar la producción local, tanto en la ciudad como en las periferias, para aumentar su resiliencia y disminuir las desigualdades. El candidato perfecto para lograrlo son los huertos urbanos.
“Si los huertos urbanos no pueden cubrir toda la demanda, sería ideal complementarlo con establecimientos como los tianguis”, dice Krstikj.
En la Ciudad de México existe una ley, publicada en 2016, que contempla a los huertos urbanos como un medio de producción de alimentos. Sin embargo, en las periferias esta ley y otras políticas públicas enfocadas en el sistema alimentario no aplican.
“La zona urbana pertenece a varios estados y las políticas públicas son diferentes en cada uno, si no las unificas, entonces cómo organizas la movilidad y algo tan importante como la producción y consumo de comida”, expresa Krstikj.
Algo importante a considerar, es que para que los huertos urbanos y los tianguis realmente sean una opción viable, debe haber una planeación urbana que permita su distribución.
En Estados Unidos, por ejemplo, hay huertos urbanos que producen suficiente comida para alimentar a millones de personas, pero mucha la terminan tirando por la falta de un buen sistema de distribución y la poca aceptación de la población.
Huertos urbanos para abatir crisis alimentaria
Para ella y sus colegas, la receta para lograr que la Ciudad de México y sus periferias sean un paisaje nutritivo consiste en lo siguiente: primero, cambiar el chip en la planeación urbana para contemplar la producción y distribución de alimentos.
Segundo, establecer políticas públicas unificadas que propicien el consumo de alimentos frescos no procesados, faciliten el acceso a estos mejorando la movilidad y regulando lo precios de los alimentos frescos para hacerlos más asequibles.
Tercero, poner el énfasis en la educación alimentaria de las infancias y la tercera edad. “Las escuelas tienen un rol clave porque ahí se forman los hábitos y actitudes en los niños”, dice la experta. Los adultos de la tercera edad poseen el conocimiento para utilizar ingredientes locales en recetas de comida.
De acuerdo con la investigadora, la crisis alimentaria del mundo globalizado es tan grave como la crisis climática, además de que están ligadas. La manera en que producimos alimentos hoy en día, a través de la ganadería y la agricultura, han estado detrás de la crisis climática. Por otro lado, sin un medio ambiente saludable, la producción y distribución de alimentos saludables es cada día más compleja.
“Desde nuestra trinchera, los arquitectos tenemos que poner todo nuestro en fuerzo en eliminar los cuellos de botella que evitan que las personas puedan consumir alimentos saludables, para planear mejor las ciudades y mejorar la resiliencia de las comunidades”, dice Krstikj.
«Necesitamos una planeación urbana que contemple a todos, no sólo a unos cuantos, para que nadie se quede sin su derecho a tener acceso a una alimentación saludable», concluye.