La obesidad no se cura solo corriendo o haciendo ejercicio, explica Carolina Solis-Herrera. Tampoco con “fuerza de voluntad”. Para reducir un porcentaje adecuado de peso es necesario un enfoque integral que incluya cuatro pilares centrales: educación nutricional, apoyo con medicamentos, terapia cognitiva-conductual y, sí, actividades físicas.
Solis-Herrera es jefa de la División de Endocrinología en la Universidad de Texas y su foco de investigación es la diabetes mellitus.
“Hay enfermedades en donde hormonas, como la grelina, se producen de forma muy intensa y eso hace que la persona siempre tenga hambre y no es que no tenga fuerza de voluntad, sino que su cerebro y su cuerpo no están recibiendo la señal de saciedad”.
La investigadora participó en el Congreso Internacional de Investigación sobre Obesidad en el Tec de Monterrey y, unos días antes, habló con TecScience sobre cómo se debe cambiar la narrativa sobre obesidad y que la comunidad médica debe abordar a los pacientes desde una perspectiva transdisciplinaria, longitudinal y empática.
¿Qué es la obesidad?
La obesidad es una enfermedad crónica inflamatoria que necesita tratamiento a largo plazo, un acercamiento que involucra un cambio en el paradigma médico.
De acuerdo con Solis-Herrera los padecimientos de obesidad y diabetes han aumentado de forma exponencial durante los últimos años.
A pesar de que se estima que la mitad de la población tiene esta condición, únicamente el 1% recibe un tratamiento apropiado, diseñado específicamente para cada paciente y no −exclusivamente− para mejorar los síntomas y comorbilidades.
Como parte de su línea de investigación ha detectado la presencia de alrededor de 200 complicaciones metabólicas y mecánicas, como infartos al miocardio, embolias, apnea de sueño, casos de demencia, Alzheimer, problemas psicológicos, respiratorios e incluso de disfunción sexual, entre otros.
“El mayor hallazgo es simple: tener obesidad aumenta tu riesgo de mortalidad en un 30%, lo que significa que una persona con un índice de masa corporal significativo vive prácticamente 10 años menos. Eso asusta a las personas −con buena razón− pero nuestro trabajo no es seguir asustándolas o culpándolas sino brindar un acompañamiento”, cuenta.
Comer menos y hacer más ejercicio no es la solución
La nueva narrativa de Solis empieza con la fisiología de los pacientes con obesidad; este acercamiento toma en consideración el cuerpo de la persona más allá de sus hábitos alimenticios y de ejercicio, poniendo al centro del diagnóstico y del tratamiento los factores del entorno obesogénico.
“Anteriormente, en la escuela de medicina, hablábamos mucho de lo que es la ingesta de energía y el gasto de esta. En palabras sencillas, entran las calorías, salen más calorías de las que se consumen y eso es todo. Una persona con sobrepeso simplemente debe mantenerse en un déficit y con eso debe bajar de peso, pero esta no es la realidad”.
La especialista explica que el componente genético es importante, pues existen genes que liberan una mayor cantidad de hormonas que causan un aumento en el apetito, genes que no permiten que el centro de saciedad funcione adecuadamente e incluso que el sistema mesolímbico (un circuito que genera dopamina) se encuentre hiperactivado.
Además de influir directamente en el aumento de peso, el rol que los genes juegan para personas con obesidad puede ser un factor determinante para bajar un porcentaje adecuado de peso. El problema, señala Solis-Herrera es que, si los genes le juegan en contra, el paciente es sometido al escrutinio.
Es así como la narrativa tiende a hacer que estas personas desarrollen un sentimiento de culpa, ya que las dificultades en perder peso se enmarcan −frecuentemente por los mismos médicos− como falta de fuerza de voluntad, cuando el problema raíz no se vincula a la motivación o a la cantidad de comida ingerida.
“Hay muchos componentes por los cuales hay pacientes que comen alrededor de 1500 o 1800 calorías y son muy delgados, mientras que otros pacientes que comen 1200 calorías al día y luchan contra el sobrepeso. No todo es lo que entra y lo que sale; el primer paso de la nueva narrativa es desestigmatizar la obesidad y desestigmatizarnos”.
No estigmatizar a los medicamentos
Solis-Herrera dice que tanto la investigación como el tratamiento de la obesidad necesitan de un abordaje multidisciplinario en donde se unan perspectivas complementarias que no solo se enfocan en que una persona baje de peso sino que también pueda mantener el nuevo peso a largo plazo y sea capaz de recobrar su salud física y mental.
“Existen ya múltiples estudios que han demostrado que, si nada más le das a la persona puro medicamento, pero no le das clases de nutrición, de estilo de vida, ejercicios y no ves cómo están de forma cognitiva, pierden menos peso, no pierden nada o, si lo pierden, lo vuelven a ganar”.
Por ello, la visión multidisciplinaria involucra cuatro pilares centrales: la educación nutricional, el apoyo con medicamentos, la terapia cognitivo conductual y las actividades físicas.
Con la combinación de estos cuatro, la experta ha visto resultados con pacientes que han perdido alrededor de 20 kilogramos sin recuperarlos en el largo plazo, esto, además de disminuir efectos secundarios como el dolor de espalda, la presión alta y evitar la diabetes, también les ha permitido recobrar la confianza, el entusiasmo y la motivación para continuar.
Es imprescindible que el nuevo discurso médico reconozca la eficacia de medicamentos que asisten con la pérdida de peso sin considerarlos como una opción que “no requiere tanto esfuerzo”, ya que una cantidad considerable de pacientes con obesidad están predispuestos genéticamente a acumular más grasa y retener mayor peso que otros.
Si bien, fármacos como la semaglutida (inyectable u oral) puede ayudar a tener resultados beneficiosos en la mayoría de los pacientes, Herrera-Solis recomienda acompañarlos con un plan de dieta adecuada a las necesidades del cuerpo bajo el medicamento, ejercicio y el seguimiento psicológico para evitar una curva de rebote.
Reconoce que el precio y la falta de acceso a este tipo de medicamentos ha limitado su uso para pacientes fuera de Estados Unidos e incluso México; sin embargo, indica que la inversión hacia tratar la obesidad como prioridad es 50% menos costosa que si se tratan primero las comorbilidades, como la diabetes.
¿Cura para la obesidad en los próximos cinco años?
Llegar a una cura concreta para la obesidad, ampliar la prevención primaria en las escuelas y dentro de las familias, lograr cambios generacionales y estrategias contra el padecimiento, coherentes entre países, son los principales objetivos que tiene a futuro la investigación de Solis-Herrera.
Algunos de estos propósitos se vinculan a cambios culturales y generacionales que pueden fungir más a largo que a corto plazo para evitar que las próximas generaciones de adolescentes y adultos jóvenes tengan problemas de sobrepeso y obesidad.
Sin embargo, los investigadores del tema continúan buscando una futura “cura” de forma molecular y farmacológica, tratando de encontrar nuevas áreas y receptores que puedan ser explorados con el propósito de crear medicamentos que sean más efectivos para el tratamiento de la obesidad al ser creados específicamente para ello.
“Por un lado, nos estamos enfocando en la prevención primaria, por otro lado es la prevención secundaria y si más adelante, con medicina de precisión, esperamos encontrar genéticamente cuáles son esos genes que pudieran ser modificados para que, si los tienes, no evoluciones a una persona que absorbe más calorías y que gana más peso”.
Con cada vez más pacientes capaces de perder al menos un 3% de su masa corporal, y disminuyendo así los efectos secundarios de sus padecimientos, Solis-Herrera ya percibe un camino más exitoso hacia un futuro con menos casos de riesgo y muertes precipitadas, esperando eventualmente llegar a la famosa “cura” para la obesidad.
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