Muchos hemos escuchado que hacer actividades como armar rompecabezas, jugar Sudoku o ajedrez puede ayudar a estimular a nuestro cerebro y prevenir la pérdida de memoria, pero, ¿cuántos rompecabezas tenemos qué hacer o cuántos días a la semana hay que jugar ajedrez para que sirva a largo plazo?
Aunque las respuestas a estas preguntas aún no existen, cada vez nos acercamos más a saber qué ajustes de estilo de vida podemos adoptar para prevenir el deterioro cognitivo asociado a la edad y reducir el riesgo de demencia.
“El deterioro mental y la demencia son multifactoriales”, dice George Rebok, profesor emérito del Departamento de Salud Mental y el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Johns Hopkins. “Las intervenciones actuales involucran no solo el entrenamiento cognitivo, sino también la dieta, una buena higiene del sueño, el ejercicio, el manejo de factores de riesgo vascular y más”.
Rebok ha estudiado por décadas estas patologías y desarrollado intervenciones para prevenirlas que, a grandes rasgos, ha encontrado que tienen efectos duraderos en las habilidades cognitivas de los adultos mayores y de mediana edad.
También crear comunidad puede ser una de las claves. “Muchas veces, a medida que las personas envejecen, se aíslan más”, dice Margaret Flanagan, investigadora y profesora del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas, San Antonio. “Es importante mantener esas conexiones, ya sea con un club de lectura o viendo a tus amigos seguido para cenar”.
El importante Estudio de las Monjas
Uno de los parteaguas que nos han ayudado a entender cómo proteger nuestras habilidades cognitivas ante el inevitable paso del tiempo es el Estudio de las Monjas, un proyecto de investigación a largo plazo que examina el envejecimiento y la demencia en un grupo de monjas católicas.
Éste inició a finales de los ochenta cuando el neurólogo e investigador, David Snowdon, conoció al grupo de Hermanas de Notre Dame, en un convento de Minnesota, Estados Unidos.
Todas –casi 700 monjas– accedieron a ser estudiadas a lo largo de los años y a donar su cerebro a la ciencia una vez que fallecieran.
“Vivían en un ambiente tan controlado y homogéneo que sería imposible de conseguir en cualquier otro lugar que no fuera un laboratorio”, dice Flanagan, quien ahora dirige el estudio.
Estas condiciones permitieron excluir factores del estilo de vida para entender el impacto de ciertas conductas y hábitos en la cognición.
Hoy, todas las monjas han fallecido y sus cerebros siguen siendo analizados activamente.
Entre algunos de los muchos hallazgos que se han hecho gracias a ellas, está la importancia de la educación y las comorbilidades, específicamente las enfermedades vasculares, para la prevención de la demencia o para mantener las habilidades cognitivas a pesar de padecer alguna de estas.
Densidad de ideas y una vida con significado
De las monjas enlistadas en el estudio, la mayoría rondaba entre los 70 y 100 años de edad. Algunas mostraban falta de memoria y razonamiento, mientras que otras lo tenían intacto.
Lo impresionante es que algunas monjas tenían un cerebro dañado, con acumulación de placas de beta amiloide y tau –proteínas que se almacenan en el cerebro y se han asociado con la aparición del Alzheimer–, pero aun así tenían conservadas sus habilidades cognitivas.
Los investigadores han encontrado factores presentes en estas monjas que pueden impulsar un envejecimiento saludable.
Entre ellos están la densidad de ideas –cantidad de conceptos e información presentes en el habla o la escritura de una persona– y un vocabulario complejo: las hermanas que mejor escribían tenían significativamente menos demencia clínica.
“También tenían menos patologías coexistentes”, explica Flanagan. “Específicamente mostraban menos TDP-43, una proteína que se acumula en la enfermedad de Parkinson”.
Así, la carga total de enfermedad puede predecir si una persona tendrá o no demencia en el futuro.
Además, la mayoría de las monjas con buenas habilidades cognitivas no fumaban, tenían actividad física constante, menos estrés y relaciones sociales estrechas.
La importancia de esto se hace evidente al comparar el Estudio de las Monjas con el Estudio del Envejecimiento Honolulu-Asia (HAAS), una investigación longitudinal de hombres de ascendencia japonesa en Hawái que investiga el envejecimiento y las enfermedades relacionadas con la edad.
En HAAS, la prevalencia de la demencia es mayor que en el de las Monjas, y una de las explicaciones es que los hombres fumaban más y tenían más enfermedades vasculares.
“La espiritualidad y la religión, en el caso de las monjas, les daba una base sólida para tener una actitud positiva ante la vida”, dice Flanagan. “Así que tener una vida con significado y una conexión espiritual, sea cual sea tu preferencia religiosa, parece ser un factor protector”.
¿Qué revela el estudio ACTIVE sobre deterioro e independencia?
Más allá de asegurarnos de tener buenos hábitos de vida, existen programas que sí pueden ayudar a contrarrestar el deterioro cognitivo que viene con la edad. Un ejemplo es el estudio ACTIVE, un proyecto de investigación a largo plazo que analiza cómo distintos tipos de entrenamiento cognitivo impactan en las habilidades mentales en adultos mayores.
El programa consistió en una escuela para este sector de la población a la que asistieron en grupos de tres a cinco personas, e incluyó tres tipos de entrenamiento cognitivo: memoria, razonamiento y velocidad de procesamiento.
Tuvo una duración de diez sesiones breves, de hasta 75 minutos, implementadas en un periodo menor a seis semanas. A algunos participantes se les ofreció refuerzos meses o algunos años después.
“En el entrenamiento de velocidad de procesamiento y razonamiento, encontramos efectos que duran hasta diez años después de que lo terminaron”, cuenta Rebok, uno de los líderes del estudio.
Estos efectos incluyen una menor incidencia de deterioro cognitivo, en comparación con quienes no recibieron el tratamiento, así como una mayor independencia para realizar tareas diarias, como administrar medicamentos, manejar finanzas, cocinar y manejar.
Aunque este tipo de intervenciones por sí mismas no pueden prevenir la demencia, sí pueden ayudar a mantener las funciones cognitivas y la calidad de vida en personas mayores.
“Para que el entrenamiento cognitivo funcione, otros factores, como una buena dieta y sueño, tienen que estar presentes”, dice Rebok. “Entre antes empieces, mejor, pero incluso si tienes más de setenta, ochenta o noventa años y nunca has hecho estas cosas, puede ayudar; nunca es tarde para empezar”.
El futuro de la prevención de la demencia
A futuro, el campo de la prevención de la demencia promete grandes avances pues cada vez queda más claro que se requiere de un enfoque multifactorial en donde se hagan intervenciones en múltiples áreas.
“No hay una vacuna cognitiva que te puedas poner para no tener demencia”, enfatiza Rebok. Sin embargo, sabemos que mantener una vida saludable, que incluye no fumar, tener una dieta balanceada, dormir bien, hacer ejercicio y manejar las comorbilidades, en la medida de lo posible, es esencial para prevenir el deterioro cognitivo.
Tener una presión sanguínea alta, así como niveles elevados de colesterol y glucosa en sangre, tienen una fuerte correlación con la aparición de la demencia.
“Manejar el estrés y la salud mental probablemente también sea clave”, resume Angelique González, investigadora y asistente de investigación de la doctora Flanagan.
Los investigadores también hacen énfasis en la importancia de la educación y la socialización, especialmente para personas vulnerables o discriminadas.
“La equidad es crítica”, dice Rebok. “No queremos diseñar intervenciones que exacerben o creen más disparidades”.
Con todo esto y la llegada de tecnologías de vanguardia, como la transcriptómica espacial –técnica que mapea la expresión génica de un tejido–, la Inteligencia Artificial (IA) y nuevos biomarcadores, el día en que la demencia desaparezca en los humanos podría estar más cerca de lo que creemos.
“Estoy trabajando en desarrollar un análisis que podría decirle a una persona cuál es su combinación de patologías cognitivas décadas antes de que aparezcan los primeros síntomas”, dice Flanagan. “Podríamos darles tratamiento inmediato y eventualmente no habría demencia, ese es mi sueño”.
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