Reportero: Luis Mario García / CONECTA
¿Qué había pasado en México antes de la llamada “revolución verde”? Esa fue la pregunta que se planteó la investigadora Eva Luisa Rivas Sada para entender la participación del país en un periodo reconocido por el aumento en la producción de trigo, maíz y arroz, después de la Segunda Guerra Mundial.
“Es mundialmente conocido que, en México, se desarrolló un proyecto de investigación científica de alto impacto a partir de la posguerra, que llevó al líder del equipo, Norman Borlaug, a ganarse el Premio Nobel de la Paz (en 1970)”, explica la docente de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.
Conocido como el padre de la agricultura moderna, Norman Ernst Bourlaug ha sido uno de los personajes más importantes de la agricultura en todo el mundo.
Rivas Sada rastreó todos los esfuerzos que había desarrollado la Secretaría de Agricultura para el mejoramiento de los cultivos en México en general, previo a los trabajos de Borlaug y logró documentar que, con el gobierno del presidente mexicano Porfirio Díaz, iniciaron los esfuerzos por el mejoramiento de semillas en el país.
Su investigación, En la búsqueda de la adaptación y la resistencia: innovaciones biológicas en el cultivo de trigo en México, 1909-1941, ganó el reconocimiento a Mejor Artículo de Historia Económica por el Comité Mexicano de Ciencias Históricas que otorga el Colegio de México (Colmex).
Innovación biológica del trigo
La investigadora exploró documentos de la primera mitad del siglo XX y descubrió que, desde entonces, existía la necesidad de hacer más productivos los cultivos con el desarrollo de semillas mejoradas.
“México, al igual que otras naciones como Estados Unidos, Francia, Italia, Inglaterra, estaban en la misma tendencia. Los gobiernos estaban preocupados por la productividad en el campo, porque había problemas severos de hambruna, de escasez alimentaria”, dice la profesora.
En los años 60, Borlaug desarrolló trigos híbridos, específicamente en Sonora, que se exportaron y salvaron del hambre a muchos poblados, principalmente en Asia.
“Yo me pregunté: ¿cuál era el antecedente? Porque parecía que la investigación partía de cero y ahí arrancaba”, explica Rivas Sada, quien se hizo a la tarea de buscar los avances tecnológicos que en México se habían desarrollado en la materia previo al logro de Borlaug.
La docente asistió al archivo histórico de la Fundación Rockefeller, que auspició el trabajo de Borlaug, en un pequeño pueblo al norte de Nueva York, Sleepy Hollow, donde pasó una estancia de investigación.
“Me di cuenta que ese proyecto no había empezado de cero y que la investigación en México ya se estaba desarrollando”, dice.
Agro-tecnología mexicana
En los últimos años del gobierno de Porfirio Díaz, explica, se realizó una reforma profunda a la Secretaría de Agricultura y nacieron proyectos de investigación para generar un cambio en las zonas de producción en México.
El país había heredado trigos criollos, porque era semilla traída por los españoles que se había cultivado por generaciones. Sin embargo, estos trigos eran severamente afectados por plagas como el hongo conocido en lengua indígena como “chahuistle” y como “roya” en español.
El hongo provocaba la pérdida de las cosechas, pues −en aquellos años− solo existían fungicidas básicos que no podían combatir la plaga. Así nació la necesidad de desarrollar cruzas de trigos que fuesen más resistentes.
Entonces se introdujeron al país trigos de Rusia, España, Estados Unidos e Italia para cruzarlos con los trigos criollos de México.
La Secretaría de Agricultura trabajó con el apoyo de agricultores para generar nuevos trigos y poder expandir la producción a diferentes estados, principalmente a las zonas altas y el norte del país. Esas investigaciones fueron el precedente que retomó el premio Nobel Borlaug, cuenta la investigadora.