Desde la pandemia, con la llegada de los nómadas digitales y el aumento de turistas extranjeros en México, la discusión sobre la gentrificación se ha intensificado, pero, ¿realmente sabemos qué es y cuáles son sus consecuencias?
“Se ha generalizado y sobreutilizado mucho el término”, dice Luis Salinas, investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
De acuerdo con el experto, esto puede llevar a que las personas confundan su significado, lo cual despojaría a la palabra de la fuerza crítica con la que debería utilizarse.
¿Qué es la gentrificación?
Para entender qué es la gentrificación retrocedamos un poco en la historia. El concepto fue acuñado por la socióloga Ruth Glass, quien en 1964 compiló varios ensayos académicos, de diversas disciplinas, que describían las transformaciones físicas, económicas, demográficas, comerciales y culturales de algunos barrios centrales de Londres. En la introducción escribió:
“Uno por uno, muchos de los barrios obreros de Londres han sido invadidos por las clases medias, altas y bajas. Una vez que este proceso de ‘gentrificación’ comienza en un distrito, continúa rápidamente hasta que todos o la mayoría de los ocupantes originales de la clase trabajadora son desplazados y todo el carácter social del distrito cambia”.
Aunque el término ha ido evolucionando y se ha estudiado bajo nuevas perspectivas, el trasfondo crítico que Glass le imprimió se conserva actualmente.
Para Salinas, la gentrificación se trata de “una transformación física y social de un espacio, que tiene que ver con inversión del sector inmobiliario y comercial, o con intervenciones públicas o privadas”.
Los cambios físicos pueden incluir la aparición de nuevos edificios, el aumento de áreas verdes −como los parques− o la instalación de alumbrado en calles que no lo tenían. En lo social, se observa una reestructuración demográfica, con la llegada de una población con mayor capital económico y cultural que desplaza a la población originaria.
Mitos de la gentrificación
Muchos pensamos que el hecho de ver extranjeros en las calles de la Ciudad de México significa que hay gentrificación y que son los culpables de que los precios de la vivienda y la comida hayan aumentado tanto en los últimos años.
“Es un discurso xenófobo que se ha difundido muy fuerte, pero no es una cuestión de nacionalidad”, dice Salinas.
Otro mito, es que la gentrificación puede definirse desde una visualidad: “Si un barrio se llena de tiendas de diseño, cafeterías y personas con barba, eso no basta para decir que la hay”, dice Ernesto López-Morales, investigador y profesor de la Universidad San Sebastián, Chile.
Una manera de saber si existe, es medir qué tanto han incrementado los costos de acceso a la vivienda −la renta o compra-venta− y si han habido desplazamientos asociados a ese aumento.
Si los precios se han disparado de forma desmedida, por encima del ajuste anual por inflación, y las personas originarias se han ido porque ya no pueden pagarlo, entonces la hay.
En redes sociales también se ha denunciado que en destinos turísticos se busca eliminar costumbres locales para complacer a los visitantes, diciendo que es gentrificación. Un caso muy sonado fue cuando en las playas de Sinaloa se pidió a sus pobladores dejar de tocar música de banda.
“Este fenómeno se conoce como desvanecimiento de lo popular, donde ciertas tradiciones o aspectos culturales se invisibilizan o pierden, o, por otro lado, se mercantilizan”, dice Salinas.
Esto puede observarse en casos como el de Sinaloa o cuando una bebida o alimento que solía consumirse por personas con bajos recursos −como el pulque− empiezan a venderse en tiendas exclusivas con precios elevados.
“Son procesos negativos que pueden acompañar la gentrificación, pero no son lo mismo”, cuenta Salinas.
Las consecuencias de la gentrificación
Para los expertos el aprender a diferenciar qué sí es gentrificación, es una manera de afirmar la postura crítica con la que creen que debería de usarse, ya que tiene consecuencias negativas para la sociedad.
El principal problema es el desplazamiento de la población local, forzada a abandonar su hogar y a mudarse a un lugar costeable.
En ocasiones, esto no es físico, sino social: “Puede que no se les lleve a abandonar un espacio, pero hay una expulsión y un desarraigo de las actividades de su colonia”, dice López Morales.
Con el aumento de los precios en vivienda, comida o actividades recreativas, las personas pierden el acceso a distintos lugares o son excluidas de las reuniones vecinales.
En Latinoamérica, quienes son desplazados muchas veces son individuos racializados, que viven en pobreza o tienen bajos recursos económicos, educativos o culturales.
A pesar de que la gentrificación es particular a las especificidades de cada colonia, ciudad o país, hay rasgos comunes. “Ya no ves a la gente que solía caminar en las calles y se establece otro tipo de dinámica más destinada al consumo y no tanto a la convivencia”, dice Salinas.
¿Tiene algo de bueno la gentrificación?
De acuerdo con los investigadores, en ocasiones, el Estado es el principal promotor de la gentrificación, justificando la llegada de grandes empresas inmobiliarias o comerciales bajo el discurso de la regeneración urbana.
Esto puede llevar a algunas personas a pensar que no siempre es negativa, pues hay mejoras en el espacio y se pueden generar más empleos.
Ante esta perspectiva, Salinas nos invita a cuestionarnos para quiénes son esas mejoras y quiénes las van a poder disfrutar. “Estudio la gentrificación desde una perspectiva crítica”, expresa. “Para mí, a todas luces es un proceso negativo”.
El permitir la entrada de empresas o desarrolladores, como Airbnb o BeGrand, sin ninguna regulación tiene motivaciones económicas, en donde los empresarios −que pueden ser extranjeros o locales− buscan lucrar.
“Nadie construye gratis, pero en estos casos hay una sobreganancia desmedida y se pierde el valor de uso”, dice López-Morales.
¿Se puede frenar la gentrificación?
Discutir los impactos de este fenómeno es importante para encontrar maneras de evitarlo. “No se trata de llegar a un romanticismo en donde nada cambie, las ciudades están vivas y se van a transformar a lo largo del tiempo”, dice Salinas. “Lo que debería de existir es la posibilidad de que todos los sectores de la población puedan disfrutarlas”.
Por ahora, no existen medidas claras para evitarla, sólo hay esfuerzos aislados en distintos países.
Lo ideal sería que se creen políticas públicas que regulen el aumento de los precios del acceso a la vivienda, alimentos y productos indispensables. También, el Estado debe priorizar el bienestar de todos los sectores de la población, no solo el de los más adinerados.
“Desde las insituciones mexicanas, no hay una preoccupación por frenarlo” dice Salinas. “Es continuar atrayendo capital, independientemente de las consecuencias”.
Por ahora, que la sociedad esté informada y se organice para evitar sus repercusiones es la solución más viable. “La gentrificación no es algo de lo que se deban enorgullecer las ciudades, es algo que debería preocuparles”, expresa López-Morales.
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