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El reto de contar ciencia sin perderse en el camino

La ciencia necesita voces que puedan combinar profundidad y emoción. Hoy, profesores y divulgadores enfrentan un dilema: comunicar con rigor, pero con mucha pasión y creatividad.
Ilustración del autor de la columna
"Aunque un profesor sea poseedor de mucho conocimiento sobre un tema, no puede garantizarse que pueda transmitir ese conocimiento efectivamente a sus estudiantes en el salón de clases". (Foto: Cortesía. Ilustración: TecScience)

Por Víctor Hugo Pérez

La ciencia es fascinante. Aprender el porqué de las cosas, en ocasiones, se vuelve adictivo. Algunos de nosotros, desde muy temprana edad, sentimos ese interés por entender por qué una pelota que rueda sobre una mesa, al llegar al borde de esta, cae al suelo, o por qué un juguete funciona como lo hace (procediendo a desarmarlo, en ocasiones sin lograr rearmarlo correctamente).

Cuando yo era pequeño, tenía tres opciones para responder esos “porqués”: preguntarle a mi mamá, preguntarles a mis profesores y leer. Conforme fui creciendo, estudiando y aprendiendo (y gravitando hacia estudiar una ingeniería), mis opciones para responder se iban limitando a preguntarles a mis profesores y leer. Es decir, los profesores fueron fundamentales para mi formación. En la universidad, siempre tuve frente a mí profesores y profesoras cuyo objetivo principal era transferir sus conocimientos científicos, técnicos o ingenieriles a estudiantes predispuestos a aprender sobre esos temas.

La predisposición en los públicos es pieza clave

La predisposición para aprender se refiere a la actitud favorable o inclinación que una persona tiene hacia el aprendizaje. Ese interés o voluntad facilita que alguien reciba y procese nuevos conocimientos. Lo vemos claramente cuando los estudiantes toman la decisión de inscribirse en un programa de ciencia o ingeniería. Sin embargo, aun contando con esa predisposición, entender algunos temas no es tarea fácil.

En incontables ocasiones he escuchado que, aunque un profesor sea poseedor de mucho conocimiento sobre un tema, no puede garantizarse que pueda transmitir ese conocimiento efectivamente a sus estudiantes en el salón de clases. Esto es cierto, lo puedo afirmar como estudiante y como profesor, y es una situación que constituye un problema muy real.

Cuando tuve mi turno de ser estudiante universitario, varias veces tuve la experiencia de escuchar a un profesor, dueño de un innegable palacio mental lleno de conocimiento, presentar un tema sin fluidez y sin un orden lógico.

Asimismo, desde hace algunos años que me convertí en profesor, comprobé que no es suficiente tener claros y ordenados los conceptos que quiero transmitir, sino que el éxito en el salón de clase depende de estructurar esos conceptos de tal forma que los estudiantes puedan asimilarlos fácilmente. Para lograr esto, los profesores necesitamos recordar nuestras experiencias como estudiantes, cuando no teníamos cimientos conceptuales tan sólidos, y que, por lo tanto, lo que para nosotros ahora tiene total sentido y un orden lógico, probablemente para nuestros estudiantes no.

Sin importar el curso que estemos impartiendo, considero que siempre debemos ligar nuestros contenidos con lo más fundamental, es decir, con aquellos conocimientos que forman los cimientos del futuro profesionista. Con esto ayudaremos a formar en nuestros estudiantes bases sólidas sobre las cuales ellos podrán construir sus propios palacios. Además, para que nuestros estudiantes se sientan atrapados por los temas que les presentamos en el aula, es igualmente importante convertirnos en excelentes narradores. Con esto lograremos reforzar su predisposición para aprender.

Estudiantes y público general: dos audiencias, dos formas de contar ciencia

El problema de transmisión clara de conocimiento científico del profesor al estudiante es solo una parte del reto. El problema real es la transmisión clara de conocimiento científico al público general, no solo a esa fracción de la población que son los estudiantes, que tienen una predisposición a aprender de estos temas.

El público general no necesariamente comparte la predisposición de los estudiantes del salón de clases. Al público general solo lo podemos interesar en la medida en que relacionamos la ciencia y la tecnología con sus propias vivencias cotidianas. Nosotros debemos fomentar esa disposición en el público general, no solo fortalecerla en el salón de clases como hacemos con nuestros estudiantes.

Utilicemos el caso específico de la comunicación profesor-estudiante en el salón de clases como modelo de análisis. La transmisión de conocimientos de un profesor a un estudiante puede verse como un sistema que consiste en varios elementos: el profesor, el mensaje, el medio de transmisión y el estudiante. El profesor produce un mensaje, le da estructura, precisión y profundidad. El mensaje se propaga por el medio de transmisión, en este caso, el salón de clases diseñado específicamente para ese propósito. El estudiante escucha el mensaje y muchos factores toman relevancia.

Sin embargo, el estudiante evalúa otros aspectos, como la compatibilidad entre la personalidad del profesor y la propia, el tono y los matices de la voz del profesor, y la fluidez con la que se emitió el mensaje. Estos aspectos, independientes del contenido del mensaje, afectan la comprensión que el estudiante logra con respecto al mensaje emitido por el profesor. Ahora, si salimos del salón de clases y nos ponemos en un escenario más general, el mismo medio de transmisión puede modificar el mensaje con ruido externo o imponiendo limitaciones de tiempo, lo que a su vez limita la longitud y estructura del mensaje. Además, recordemos que, en un escenario general, ya no contaremos, necesariamente, con la predisposición del estudiante.

Veamos otro lado del problema. Las redes sociales y medios emergentes de transmisión de información (Instagram, TikTok o YouTube) han favorecido la exposición y proliferación de excelentes comunicadores —personas con gran carisma que son capaces de enganchar a un público, aunque no necesariamente cuenten con las credenciales adecuadas para discutir ciertas temáticas—. Esto impacta en la precisión y profundidad del mensaje. Tal vez la estructura es excelente, ellos son carismáticos y poseen una voz agradable, pero la calidad del mensaje es afectada.

Este tipo de situaciones debe hacernos reflexionar a todos los profesores. Tenemos un gran reto enfrente de nosotros: el de comunicar efectivamente nuestros conocimientos no solo a nuestros estudiantes, sino al público en general. Pero más que un reto, es una responsabilidad, y asumir que no tenemos esa responsabilidad es peligroso, ya que puede promover la divulgación de conocimiento erróneo o superficial.

En un mundo que prefiere la satisfacción inmediata, los mensajes cortos y el carisma, en lugar del esfuerzo, la precisión y la profundidad, ¿cómo podemos adaptarnos para proteger y perpetuar aquello que tanto nos apasiona?, ¿cómo podemos comunicar la ciencia efectivamente a la sociedad de la que somos parte? En la medida en que podamos responder estas preguntas, podremos plantar en nuestra sociedad más semillas de curiosidad que germinen y se conviertan en monumentales árboles de conocimiento. Así como un bosque es mejor entre más árboles tenga y entre más grandes estos sean, así nuestra sociedad será mejor entre más árboles de conocimiento tengamos disponibles.

Víctor Hugo Pérez González es profesor del Departamento de Mecatrónica y miembro del grupo de investigación Nanotecnología y Semiconductores, de la Escuela de Ingeniería y Ciencias, del Tec de Monterrey. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2.

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