Nueve de cada diez mexicanos adultos vivió −al menos− una experiencia adversa durante sus primeros ocho años de vida (ACEs, por su traducción del inglés, adverse childhood experience), según el primer estudio de este tipo realizado en el país y que fue llevado a cabo por el Centro de Primera Infancia del Tec de Monterrey y la Fundación FEMSA.
Esta investigación incluye información de 1,448 personas adultas y 200 niñas y niños.
Las ACEs son eventos estresantes o traumáticos que, sin el apoyo necesario, pueden afectar el desarrollo de niñas y niños, tanto en sus primeros años, como a lo largo de su vida. Hoy se reconocen al menos 10 categorías de experiencias adversas durante la primera infancia (que va de los cero a los ocho años):
- Maltrato físico
- Maltrato sexual
- Maltrato emocional
- Descuido físico. Cuando no se les da comida saludable y a sus horas, ni se procura su higiene.
- Descuido emocional. Cuando los cuidadores no ayudan a amortiguar diferentes niveles de estrés.
- Vivir con una persona con una enfermedad mental o con pensamientos suicidas.
- Tener un familiar con adicción a las drogas o al alcohol.
- Ser testigos de violencia doméstica.
- Muerte de un padre o abandono por divorcio de los padres
- El encarcelamiento de algún miembro de la familia.
Manuel Pérez, director del Centro, presentó los resultados del Panorama de la adversidad en México, que consiste en una encuesta nacional de ACEs en la que participaron mujeres y hombres mayores de edad, habitantes de zonas urbanas y rurales, así como cuidadores de niños y niñas de entre tres y cinco años.
Además, la evidencia muestra que atravesar cuatro ACEs o más puede marcar la infancia y aumentar los riesgos de padecer enfermedades físicas y mentales, como obesidad, hipertensión, depresión o ansiedad. “Es imposible no abordar la primera infancia y cruzarla con adversidad”, mencionó Pérez.
La iniciativa fue presentada durante el Segundo Foro Internacional de Primera Infancia, donde también se revelan otros hallazgos e investigaciones realizadas por este Centro.
Experiencias infantiles adversas en México
Entre los datos obtenidos por investigadores del centro están los siguientes resultados:
- 9 de cada 10 adultos mexicanos experimentaron al menos una ACE.
- 1 de cada 3 experimentó ausencia parental.
- 3 de cada 10 estuvieron expuestos a situaciones de abuso de sustancias o violencia familiar.
- Casi 2 de cada 10 sufrieron abuso sexual.
- 6 de cada 10 sufrieron negligencia física.
- El 22.6% vivió más de 4 ACEs.
- 4 de cada 10 niños habían experimentado una experiencia adversa (según información obtenida de cuidadores).
Además, el estudio arroja que un 22% de los encuestados vivió negligencia emocional, un 14% tuvo padres separados o ausentes y un 10% experimentó violencia familiar.
“Los porcentajes hablan de disfunción en las familias, en el hogar, hablan de abandono o un cuidado inadecuado. Estos resultados nos dejan muchas otras preguntas adicionales que, para responderlas, el equipo de investigación va a tener nuevos estudios que realizar”, dijo Pérez.
Añadió que este ejercicio muestra que en México y en el resto del mundo, hay una urgencia de incorporar nuevas metodologías para entender esta problemática y poder contribuir con información de valor para diseñar políticas e intervenciones eficientes para la primera infancia.
Por ejemplo, los efectos de las ACEs son posibles de contrarrestar o mitigar a través de experiencias positivas o benevolentes.
El directivo dijo que la responsabilidad de la comunidad, académicos, investigadores y personas que trabajan por la primera infancia, y como ciudadanos globales, es crear una mejor sociedad, sostenible, responsable, equitativa y con el mejor de los entornos de cuidado para la niñez en todo el mundo.
Experiencias benevolentes para luchar contra la adversidad
Julieta Rodríguez, líder del Grupo de Investigación Biología del Desarrollo y Bienestar Integral en la infancia, dijo que el riesgo de sufrir enfermedades físicas y mentales debido a las ACEs se puede contrarrestar con experiencias benevolentes en la infancia (BCEs, por su traducción del inglés, benevolent childhood experiences).
“Los efectos de la adversidad también son posibles de mitigar, es decir, no necesariamente una personas que haya vivido experiencias traumáticas en la infancia tiene que presentar efectos en la salud física o mental”, mencionó Rodríguez durante la presentación del estudio.
Así como a nivel mundial se han establecido y estudiado 10 ACEs, con las experiencias benevolentes pasa lo mismo, y hay una escala que es globalmente conocida.
Entre ellas se pueden incluir:
- Apoyo emocional de cuidadores; es decir, contar con al menos una persona adulta que brinde cariño y atención.
- Ambiente escolar positivo; sentirse bien en la escuela, donde hay maestros interesados y compañeros amigables, con un entorno que fomente el gusto por aprender y la socialización efectiva.
- Estabilidad y rutina; contar con una rutina diaria en el hogar que proporcione un sentido de seguridad y previsibilidad.
- Oportunidades para jugar; con la posibilidad de participar en juegos y actividades recreativas, donde el juego seavuna herramienta fundamental para el aprendizaje y el desarrollo social.
- Amistades significativas; contar con al menos un buen amigo puede incrementar la resiliencia de un niño y ofrecer un sistema de apoyo adicional.
- El estudio que realizó el Centro de Primera Infancia reveló que el 49.7% de los encuestados reportaron haber tenido entre 9 y 10 BCEs; un 29.6% entre 7 y 8; y un 13.4% entre 5 y 6. Además, se encontró que las personas que vivieron un mayor número de BCEs mostraron una reducción en la prevalencia de condiciones de salud adversas como obesidad, hipertensión y trastornos mentales.
“Medimos también estas experiencias benevolentes y vimos la asociación con el riesgo de presentar adversidades o salud física o mental. Encontramos que la benevolencia tiene un efecto acumulativo; vimos que si se presentan nueve a 10 disminuye el riesgo para enfermedades físicas y mentales, incluso es como un efecto protector”, mencionó Julieta.
Sin embargo, el estudio también expone que las personas participantes en áreas rurales también reportaron haber tenido menos experiencias positivas en comparación con las de zonas urbanas.
Fabiola Castorena, profesora investigadora del grupo, mencionó que como parte de la estudio y para tener una mayor precisión del efecto de las ACEs en niñas y niños, el equipo trabajó con mediciones biológicas.
“Tomamos muestras, en su mayoría no invasivas, como cabello, plasma, saliva, heces y orina, que tienen la capacidad de acumular diferentes sustancias tóxicas y entre ellas biomarcadores, como es el caso del cortisol, y en el plasma, de marcadores inflamatorios”, dijo.
En la saliva, pueden medir la microbiota y en la orina otros biomarcadores de exposición ambiental y asociados con agentes estresantes.
Los biomarcadores son moléculas que sufren cambios por estímulos. En este estudio, se busca saber si una persona sometida a un agente estresor puede presentar alteraciones a nivel de diferentes sistemas, como el neurológico o inmunológico.
Actualmente, los investigadores ya cuentan con datos biológicos relacionados a biomarcadores y buscan encontrar uno que tenga cualidades suficientes para ser asociado con la adversidad que viven las niñas y niños.
Un estudio pionero
Eva Fernández, directora de Valor Social en FEMSA, comentó que este estudio es pionero en México y contó con el apoyo de investigadores de universidades aliadas del Tec, a través de la iniciativa de La Tríada, que ya habían realizado una investigación de este tipo.
En agosto de 2018 se estableció esta alianza con la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) y la Universidad de los Andes de Colombia con el propósito de mejorar las condiciones de vida de las personas en América Latina, combatir la pobreza y la desigualdad para buscar un futuro más próspero.
En 2021, el Centro CUIDA, que nació de una colaboración entre la PUC y la Fundación Para la Confianza, desarrolló la primera encuesta nacional de adversidades tempranas en Chile, fue el primer estudio así en la región.
A través de la colaboración con el Tec y durante 2 años, el centro compartió la estrategia y entrenó al personal para adaptar la encuesta a México.
“No podemos cambiar lo que no podemos ver y si no tenemos información sobre adversidad en la infancia, no podemos tomar decisiones, ni entender los mecanismos a través de los cuales se transmiten algunos de los riesgos de tener problemáticas de salud, en nuestra capacidad de prepararnos y llevar una vida plena”, comentó Fernández.
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