¿Vivir experiencias adversas durante la primera infancia (ACEs, por su traducción del inglés, adverse childhood experience) incide en presentar problemas de salud física más adelante? Investigadores del Tecnológico de Monterrey llevan a cabo un proyecto para hacer una correlación entre el impacto psicológico de estos eventos estresantes y una mayor probabilidad de desarrollar enfermedades como obesidad, diabetes o hipertensión, a partir del análisis de muestras biológicas como cabello, saliva, heces, orina y sangre.
Las ACEs son situaciones traumáticas que —sin un apoyo adecuado— pueden afectar el desarrollo de niñas y niños, entre las que están: el maltrato físico, sexual o emocional, el descuido físico y emocional, ser testigos de violencia doméstica y tener familiares con adicciones, encarcelados o con enfermedades mentales.
Alejandra Chávez Santoscoy, profesora investigadora de la Escuela de Ingeniería y Ciencias (EIC) y líder del Core Lab: Genomics platica que el proyecto Búsqueda de biomarcadores del microbioma asociados con eventos adversos en la salud mental infantil para su prevención y diagnóstico oportuno es una investigación con un enfoque sociodemográfico y biológico para entender cómo las ACEs pueden afectar físicamente a niñas y niños.
“Tal vez no podemos evitar que un niño viva una experiencia adversa, pero sí podemos tratar de minimizar el impacto que tiene en su salud”, dice Chávez sobre el objetivo del proyecto en el que participan investigadores de la EIC, y la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud (EMCS), en colaboración con el Centro de Primera Infancia del Tec y Fundación FEMSA.
Entre los resultados preliminares, los investigadores han encontrado que niños y niñas con más experiencias adversas tienen una mayor cantidad de microorganismos patógenos en su microbiota. Por ejemplo, algunos relacionados con problemas de caries, periodontitis e inflamación. Mientras, los que tuvieron una cantidad importante de experiencias benevolentes registraron una mayor presencia de microorganismos benéficos para el sistema inmune y la salud intestinal, como los lactobacilos.
El impacto de ACEs a nivel fisiológico
Según la Primera Encuesta Nacional de Experiencias Adversas en la Niñez del Centro de Primera Infancia, nueve de cada diez adultos mexicanos experimentaron al menos una ACE durante su infancia y el 22.6% vivió más de cuatro. “Tener arriba de cuatro experiencias adversas está relacionado, por ejemplo, con mayor riesgo a obesidad, a diabetes, a hipertensión, mucho mayor —ocho veces más— para suicidio y seis veces más para depresión mayor.”
La investigadora señala que en el país no había suficientes datos que indicaran si, efectivamente, hay un efecto en la salud relacionado con las experiencias que viven los niños y niñas. Además, las estrategias de prevención actuales se enfocan en los problemas de salud cuando las personas ya son adultas. Con el estudio biológico —que se suma a los hallazgos de la encuesta nacional— se podrá entender con mayor precisión el efecto de las ACEs en la salud de la niñez y servirá para buscar soluciones, diagnósticos e intervenciones desde la infancia.
El estudio contempla la toma de muestras no invasivas para encontrar biomarcadores asociados a problemas de salud, por ejemplo, del cabello para obtener lecturas de cortisol —la hormona del estrés— que también está presente en los niños, pero con un impacto mayor debido a la dificultad para regular sus emociones a tan corta edad. Se determina la cantidad exacta de cortisol acumulado para conocer los niveles de estrés crónico a través de análisis espectrofotométricos.
Como parte de esta recolección también se analizan dos tipos de microbiota: oral, que se obtiene por muestras de saliva o hisopado bucal; e intestinal, a partir del muestreo de heces para conocer —a través de secuenciación genética— la composición de bacterias intestinales y detectar la presencia de microorganismos patógenos, la deficiencia de microorganismos benéficos o desequilibrios asociados con problemas como inflamación crónica, colitis o que muestren predisposición a obesidad. “La microbiota es como un espejo de cómo está el niño, incluso, si los padres no detectan que hay un problema”.
El equipo de investigadores también analiza muestras de sangre, con técnicas como ELISA (Enzyme-Linked ImmunoSorbent Assay), para detectar proteínas y moléculas del sistema inmune, y marcadores de inflamación crónica —como interleucinas y TNF-α— relacionados con enfermedades metabólicas como obesidad y diabetes, y con trastornos psicológicos, como depresión, o estrés crónico sostenido.
Cruzan muestras biológicas con datos sociodemográficos
La metodología del proyecto también contempla información sobre el contexto familiar, social y del entorno del niño, para cruzarla con las muestras biológicas y otras medidas antropométricas que ayudan a conocer el estado de salud de los menores, como peso, talla o índice de masa corporal.
Estos datos se obtienen a través de encuestas que responden los padres y madres de familia acerca de sus propias experiencias adversas y las que puedan reportar de sus hijos, así como de características del hogar, de su alimentación y de consumo de medicamentos o antibióticos, entre otros factores. “Ya teniendo todos los datos, buscamos correlacionar lo que el padre contó con lo que nosotros estamos viendo biológicamente en cada uno de los marcadores”, dice Chávez.
Uno de los grandes desafíos para el proyecto ha sido el costo estimado por cada análisis completo —alrededor de 15 mil pesos, como mínimo—, por lo que, inicialmente, el estudio se lleva a cabo en un nivel regional, en el área metropolitana de Monterrey, a través de una colaboración con los Centros de Desarrollo Infantil (CENDI), que son espacios educativos y de cuidado para niños en la etapa de primera infancia. Allí, participaron 100 diadas, es decir, parejas conformadas por un padre o madre de familia, junto a su hijo o hija, de entre 3 y 5 años de edad, que representan la toma de 200 muestras en total.
La etapa es una “ventana de intervención temprana”
Chávez señala que el objetivo es una intervención a tiempo, pues, pese a que aún no se sabe cuándo la adversidad provoca un daño a la salud, se eligió esta etapa porque es una ventana de intervención temprana donde los efectos del estrés crónico se pueden revertir, es decir, si se detecta qué niños desarrollan problemas a causa de experiencias adversas, se podrían prevenir muchas enfermedades que actualmente saturan el sistema de salud pública.
Los resultados del proyecto podrían tener un impacto clínico, nutricional y de salud pública, por ejemplo, con la incorporación de las dimensiones emocional y social en las guías médicas; el desarrollo de dietas funcionales, probióticos y alimentos personalizados para menores en contextos adversos; y con inversión para la prevención de enfermedades como diabetes, obesidad, hipertensión o depresión.
Sin embargo, pese a que ya se tomaron todas las muestras necesarias para los ensayos, aún se requieren más recursos para completar con el análisis biológico, el cual tiene un avance cercano al 50%. “Nos encantaría que este proyecto se hiciera a nivel nacional pero, al final del día, estas muestras biológicas tienen un costo que hace difícil escalarlo”, dice la investigadora, “si invertimos desde la primera infancia, vamos a poder aminorar los problemas que tenemos en los adultos activos”.
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