La pandemia del Covid-19 repercutió en la salud mental de la población. Asustados por ese virus invisible, la gente padecía estrés por la posibilidad de contagiarse en cualquier momento. Por ese motivo, la depresión y ansiedad aumentaron un 25 por ciento en todo el mundo, según una investigación de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Este pánico a los microorganismos se le conoce como misofobia o germofobia, y en ocasiones llega a ser más peligrosa esta condición, que el riesgo real a entrar en contacto con bacterias, por ejemplo.
Una de las razones por la cual los microorganismos tienen mala fama, es que desde su descubrimiento parte de la investigación científica se han enfocado en los que nos hacen daño, así lo ve Katy Juárez, especialista en microbiología ambiental de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Antes de cien bacterias podías cultivar solo una para estudiarlas, ahora no, ya podemos tener toda su información con secuenciación masiva, pues se ha descubierto que hay mucha diversidad”, explica.
En la actualidad se conoce más de estos microorganismos y su composición, como las anaerobias, unas bacterias que se formaron en el planeta cuando no había oxígeno y han logrado sobrevivir a base de metales.
“Al comerlos le sacan la energía, digamos los electrones, los usan para respirar, pero también los depositan y nosotros podemos cosecharlos y producir electricidad”, cuenta Juárez.
Bacterias contra la contaminación
A lo largo de los millones de años, las bacterias han aprendido a sobrevivir en cualquier ambiente. Por eso se las encuentra en cualquier ecosistema, desde los más fríos o los más calientes como volcanes e incluso en el fondo del mar. Estas últimas son de especial interés para Liliana Pardo, investigadora en biotecnología de la UNAM.
Interesada en limpiar los mares de plásticos y derrames petroleros, a bordo de un buque oceanográfico, Pardo toma muestras de los microbios que viven a cuatro mil metros de profundidad en el Golfo de México, las cuales han desarrollado la capacidad de alimentarse de hidrocarburos.
“Cada mar tiene su particular mundo de estos organismos. El Golfo de México se creó con una gran compresión de materia orgánica e hizo que tuviera grandes cantidades de petróleo, desde ese momento las bacterias comen ese petróleo, son muy especializadas”, dice.
Estos son los microorganismos que también comen plástico, sin embargo, dado que el material pasa por un proceso industrial, no lo hacen de manera tan eficiente como el petróleo.
“Se dice que somos la mitad células y la mitad bacterias, imagínate que el 50 por ciento somos eso y hemos convivido con ellas todo el tiempo, si usas cloro (lavando utensilios) te vas a llevar las malas y las buenas”, menciona Pardo.
Microorganismos en nuestros alimentos diarios
Tomás García Cayuela, especialista en alimentos y biotecnología del Tec de Monterrey, menciona la práctica en la que algunas personas lavan el pollo crudo, creyendo que es algo positivo en cuanto a las bacterias.
“Sin embargo, a la hora de lavar diseminas por toda la superficie que se va a impregnar de las bacterias (del pollo crudo) y luego tu hoja de lechuga se impregna de esas bacterias y ahí tienes el problema”, explica García Cayuela.
No es ninguna casualidad que el especialista se haya referido a este tema, pues en marzo dos personas perdieron la vida en Tlaxcala por lavar el pollo. Presuntamente se contagiaron con una bacteria que se llama campylobacter, que está en el pollo crudo, pero que muere al cocinarlo.
Es natural que en los alimentos haya microorganismos, explica García Cayuela, muchos de los cuales no son perniciosos para la salud, incluso ayudan a la elaboración de productos que consumimos.
“Las uvas para hacer vino, la parte exterior contienen unas levaduras que pueden ayudar en la fermentación del vino, o en la bebida típica de México, el tequila, también hay levaduras que ayudan a la fermentación”, explica.
Otra práctica, muy arraigada en la cultura, es la de desparasitarse cada cierto tiempo. Si bien se hace debido a que los mexicanos comemos con frecuencia en la calle, esto también daña a nuestras bacterias buenas.
“Si nosotros tomamos esto estamos comprometiendo la viabilidad de otros microorganismos que viven en nosotros de manera simbiótica, con los que tenemos relación benéfica. Puede suceder un desbalance de la microbiota”, dice.
Al entender cada vez más el mundo de las bacterias que habitan en nosotros, pero también alrededor, su historia y su composición, podemos perderles el miedo e incluso saber mejor cuándo tomar precauciones.
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