Por María Soledad Ramírez Montoya
Hablar de ciencia abierta es como abrir el universo hacia un horizonte sin límites. Los datos de la ciencia abren un infinito de posibilidades, donde cada quien puede construir nuevas estrategias, ideas, proyectos. Son como una alfombra mágica para despegar. Un cielo donde las estrellas y las constelaciones nos dan la ocasión de vislumbrar luces de oportunidades para la creación y el crecimiento.
Más que un espacio específico, la ciencia abierta implica un movimiento y prácticas donde confluyen los conocimientos, los datos, las evidencias científicas, a través de grandes ventanas libres y disponibles para todos. Estas ventanas abiertas ayudan a que las comunidades, no solo las científicas, puedan colaborar y compartir información que permita aportar soluciones a la sociedad.
Este movimiento presenta grandes retos, porque contempla la apertura del saber, poniendo a disposición los datos científicos de manera pública, lo mismo que los códigos (software y hardware) para que puedan ser usados, reutilizados y modificados. También implica contar con infraestructuras abiertas, como los repositorios institucionales, esas plataformas que nos ayudan a poner la producción científica y académica de manera libre para todos.
La ciencia abierta conlleva prácticas que aún no son tan comunes, pero confío en que las veremos de modo más constante en el futuro cercano. Prácticas que impliquen abrir los proyectos de investigación, donde los datos, procesos y estrategias estén a disposición de todos, donde se evalúen las investigaciones de manera transparente y participativa. Y aún más, donde la sociedad pueda construir conocimiento para generar la “ciencia ciudadana” que exprese la voz en la construcción de soluciones para problemáticas compartidas.
En ese universo de posibilidades se reconocen las luces de conocimientos disciplinares y actores diversos: por supuesto los investigadores que buscan la generación de conocimiento, pero también los directivos que colocan las vías para que se apoye esa búsqueda. También están los profesores y comunidades que ayudan en la formación transversal para la colaboración y ética en la ciencia para todos. Hay actores clave que, con su sabiduría tecnológica, digital y legal, como los informáticos, ingenieros, bibliotecólogos, editores, financiadores, servidores públicos, tomadores de decisiones y sociedad en general, hacen posible la apertura del conocimiento para uso generalizado.
Movimientos, prácticas, saberes y actores diversos nos llaman al gran reto de construir juntos una “cultura de ciencia abierta” que nos llevará a ampliar esa alfombra mágica. Esa que nos ayude a despegar hacia las soluciones que necesita nuestra sociedad, hacia ese infinito en el universo donde las luces nos permitan crear y crecer juntos.