En México, el 75.2% de la población adulta −de 20 años o más− presenta sobrepeso u obesidad, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut). La alta incidencia de estas condiciones, así como su aumento en niños y adolescentes, se ha convertido en un problema de salud pública porque eleva el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y complicaciones cardíacas, lo cual se traduce en una pérdida de años de vida saludable para la población.
Para entender qué tan grande es la problemática, un grupo de expertos del Institute for Obesity Research (IOR) utilizó datos obtenidos por el Global Burden of Disease (GBD) 2021, analizando únicamente los pertenecientes al país.
GBD es un programa de investigación global con sede en el Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington que cuantifica la pérdida de salud en diferentes lugares del mundo a lo largo del tiempo. Su objetivo es proveer información precisa y específica que permita mejorar los sistemas de salud a nivel global.
“El indicador más utilizado para tomar decisiones en salud suele ser la mortalidad, pero no todas las personas que enferman mueren”, dice Héctor Arreola Ornelas, profesor investigador del IOR y la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tec. “Este estudio no solo contabiliza a las personas que mueren, sino que agrega los años que viven con condiciones no saludables”.
Concentrándose en los datos mexicanos de 1990 a 2021, los investigadores desmenuzan cómo el sobrepeso y la obesidad se han convertido en el principal factor de riesgo para la población mexicana. “Aunque no nos sirve para entender el porqué, ayuda a entender muy bien el qué”, dice Linda Morales, investigadora postdoctoral del IOR quien también participó en el estudio.
La carga del sobrepeso y la obesidad en México
Uno de los muchos resultados obtenidos es que en 2021 el país registró 1.12 millones de muertes, de las cuales más de 118 mil estuvieron relacionadas con un índice de masa corporal elevado (IMC-E), representando un 10.6% del total.
Esto representa un aumento del 51% en las muertes asociadas a IMC-E, en comparación con las 738 mil que se estimaron en 2019.
Esto se debe a que el IMC-E −asociado con sobrepeso y obesidad− se relaciona con enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes, problemas renales, enfermedades cardiovasculares, ciertos tipos de cáncer, enfermedades digestivas, trastornos neurológicos y enfermedades respiratorias crónicas.
“Estamos hablando de que este único factor está asociado con las primeras cuatro causas de muerte en el país”, dice Morales.
Lo más preocupante es que el estudio estima que el IMC-E resultó en una pérdida de 4.2 millones de años de vida saludable en la población. Esta cifra se obtiene al conjuntar los años perdidos por muerte prematura y los años vividos con discapacidad.
Si una persona con diabetes fallece a los cincuenta años, pero la esperanza de vida en su país es de ochenta años, entonces perdió treinta años por muerte prematura. Si durante esos cincuenta años, esta persona vivió veinte años con complicaciones, como problemas en los riñones, los pies o los ojos, entonces vivió veinte años con discapacidad. En total, perdió cincuenta años de vida saludable.
“El problema es más grande de lo que pensamos”, dice Morales.
Tabasco es el estado con la tasa más elevada de muertes relacionadas con este factor, mientras que Sinaloa tiene la más baja. Sin embargo, la prevalencia del sobrepeso y la obesidad puede observarse a lo largo de toda la república, en los dos sexos y en todas las edades: “Ya no es cuestión de solo unos cuantos”, expresa Arreola Ornelas.
El GBD y el IMC-E
Para los investigadores, es importante que la población sepa que los datos reportados se obtienen con base en la información más rigurosa.
“El GBD utiliza todas las fuentes de información disponibles en un país, como la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) en el caso de México, y hace modelos bayesianos para obtener las estimaciones”, cuenta Morales.
La clave es que la evidencia que utiliza es la que demuestra una fuerte asociación entre un factor de riesgo y un resultado, como el IMC-E y los años de vida saludable perdidos.
Utilizar el IMC-E como indicador de sobrepeso y obesidad es la forma más práctica con la que contamos en la actualidad. “Es el indicador que se ha medido de forma consistente por más tiempo y puede servir para analizar cómo cambian las tendencias”, explica Arreola Ornelas.
En tiempos recientes, este índice ha sido fuertemente criticado, pues podría deberse a que una persona sea muy musculosa, y no necesariamente a que tenga un problema metabólico: “Actualmente, se busca complementarlo con otros, como la circunferencia abdominal, el radio cintura-cadera y mediciones de pliegues cutáneos”, explica Morales.
Evidencia precisa para orientar políticas públicas
Con un estudio tan preciso como este, los investigadores esperan que los tomadores de decisiones impulsen políticas públicas que atiendan las muchas causas del problema.
“Si bien se han implementado algunas, no han venido acompañadas de una evaluación y se han enfocado solo en algunos aspectos”, dice Arreola Ornelas.
Para que la prevalencia del sobrepeso y obesidad realmente disminuya se necesita un plan integral que se ocupe de las distintas aristas, como el ambiente obesogénico, la falta de espacios para ejercitarse, la violencia en las calles que impide a las personas salir, la falta de tiempo para cocinar en casa y la falta de atención de padecimientos mentales, entre otras.
“Es un problema complejo que no depende únicamente de las decisiones de los individuos o del sistema de salud”, dice Morales.
Desde 1995, la primera vez que se usó el GBD en México, el sobrepeso y la obesidad ya figuraban como un problema en ascenso, pero hasta el momento no se ha podido frenar.
Lo positivo es que este estudio demuestra que si se disminuye al mínimo el factor de riesgo, se pueden salvar muchas vidas y medirse el éxito de los sistemas de salud.
“Estamos viviendo un tsunami de enfermedades crónicas no transmisibles, en parte por la presencia de factores de riesgo como este”, dice Arreola Ornelas. “Tenemos que atacar el problema de raíz”.
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