Para Janet Gutiérrez, la investigación es una pasión; desde que cruza la puerta del laboratorio se siente como en casa. Apenas llega al quinto piso del Centro de Biotecnología FEMSA, se despoja de su saco y toma su bata.
En ese lugar, equipado con tecnologías avanzadas, ha llevado a cabo varias investigaciones en fitoquímica y bioquímica nutricional, forjando una carrera de más de 20 años en la que ha conseguido innovar, hacer descubrimientos en pro de la salud y emprender. Además, ha formado a nuevos talentos que buscan impactar en la industria alimentaria.
Desde principios de este año, es decana asociada del Desarrollo de la Facultad de la Escuela de Ingeniería y Ciencias del Tec, una posición en la que apoya a los profesores en temas de vitalidad intelectual e innovación educativa. Pese a que reconoce que su trabajo en el laboratorio ha disminuido, se aferra a seguir haciendo investigación para encontrar compuestos que combatan las enfermedades crónico-degenerativas y apoyando emprendimientos de base científica y tecnológica que atiendan las necesidades de la sociedad.
Pasión por los alimentos
Janet ha descubierto y validado compuestos activos de vegetales, como el frijol negro, el agave, el nopal y el maíz. Aunque creció en Monterrey, sus raíces familiares la llevaron a visitar pueblos en Morelos, Jalisco, Oaxaca y Guanajuato, en donde estuvo en contacto con costumbres y alimentos tradicionales.
¿Cómo nace tu pasión por los alimentos?
Mi abuelo materno se dedicaba al campo y tenía una carnicería; todos los fines de semana yo le ayudaba a mi abuela a hacer chorizo, quesos y todo lo relacionado con el cerdo; allí aprendí a aprovecharlo todo. Mi abuela paterna era de un pueblo en Morelos y sabía mucho de plantas medicinales. Con mi tía, que trabajaba en el área de educación rural, visité muchas comunidades en donde el contacto con la producción de alimentos es directo. Allí aprendí mucho sobre ese tema, que hoy es parte de mis investigaciones.
Por eso decidiste hacer la carrera en ingeniería en Industrias Alimentarias…
Escogí esa carrera porque, entre todas, era la que veía que tenía una salida más rápida hacia un emprendimiento, una inquietud que también traía ya que me gustaba atender clientes y vender cosas, lo hacía en la carnicería de mi abuelo y en el restaurante de unas tías.
¿Cuál consideras el mayor desafío para la industria de los alimentos?
Como mexicanos, lo primero es que sepa rico, que se vea bien y que tenga ingredientes benéficos para la salud. Hay que pensar en ingredientes que puedan ser transferidos a la industria y que no incrementen el precio. Este es un gran desafío en nuestro país: hay personas con ingresos bajos que necesitan una fuente de calorías y que no se fijan tanto en la etiqueta o los sellos. Si no fuera así, ya habríamos resuelto el tema de la obesidad infantil. Faltan alternativas de alimentos que sean ricos y cuya adquisición sea factible para las familias.
La riqueza bioactiva de la comida mexicana
Durante su maestría y doctorado en Biotecnología, Janet fue parte del equipo de investigación NutriOmics, a cargo de Sergio Serna. La mayor parte del tiempo la pasaba en el bioterio de la Escuela de Medicina, validando los principios activos de alimentos mexicanos y sus efectos benéficos en la salud. Con su trabajo en pruebas animales logró la reducción de tumores hasta en un 40% y, además, su investigación basada en el frijol negro para combatir el cáncer de colon la llevó en 2017 a ganar un premio de la Asociación Mexicana de Gastroenterología.
Alimentos y salud, ¿cómo tomaste ese rumbo en la investigación?
Mi papá es gastroenterólogo y un día, a mitad de mi carrera, cuando empecé a entender todo lo que sucedía con las moléculas presentes en los alimentos, le dije que tal vez debí haber estudiado medicina. Él me respondió: “No, lo que tú quieres entender es ¿cómo los alimentos impactan en la salud?”.
Después, me di cuenta que la investigación en alimentos es un área multidisciplinaria donde trabajan conjuntamente médicos, economistas, financieros y otros profesionales y entendí que eso es lo que quería hacer.
Has estudiado las propiedades del frijol negro, del nopal, el maíz y el agave, ¿realmente son tan buenos?
Cuando estudiaba la maestría me di cuenta que hace 100 años no existía el problema de obesidad que tenemos ahora. La comida mexicana, por naturaleza, no es obesogénica; pensé que tenemos una gran fuente de nutrientes y principios activos en nuestros alimentos que no hemos sabido aprovechar.
A los alimentos a veces los vemos únicamente con la etiqueta de nutrimentos, que son moléculas grandes presentes en altas cantidades, como los carbohidratos. Pero la realidad es que hay compuestos que están en concentraciones muy bajas y que, además, tienen interacción con nuestros genes; moléculas que a veces son responsables de efectos antiinflamatorios. Por ejemplo, los flavonoides en el nopal son moléculas que se pueden mantener mucho tiempo y que interactúan muy bien con nuestro organismo.
Y en cuanto al tema del cáncer…
Cuando estudié la maestría, tenía una tía que padecía cáncer, y lo primero que le hicieron fue limitar ciertos tipos de alimentos. Dije: “No puede ser que una persona con cáncer no pueda consumir casi ningún alimento porque no entendemos las interacciones con sus medicamentos; a lo mejor algunos alimentos pueden ser benéficos para ayudarle”. Eso fue lo que me movió a trabajar con cáncer y el frijol negro. Tenía el corazón y la mente en identificar principios activos; ya se sabía que la soya tenía efectos anticancerígenos.
Dije: “En el frijol negro debe haber una molécula similar” y dediqué la maestría y el doctorado a aislar y validar esas moléculas. No puedo decir que es algo que va a curar el cáncer, pero, por ejemplo, lo que observamos con quienes ya están consumiendo nuestros productos es que sí reducen la inflamación crónica, que es una de las primeras etapas para dañar a las células. Ver que está funcionando es muy satisfactorio.
Del laboratorio al emprendimiento
Janet ha conseguido desarrollar cerca de 20 patentes; la primera de ellas fue la llave para crear su propio emprendimiento: Jaseda, que nació en 2022. Esa patente se enfocó en aislar compuestos activos de alimentos con fines preventivos y terapéuticos en el desarrollo de cáncer. A la par, validó mecanismos antiinflamatorios relacionados con la prevención y tratamiento de cirrosis e inflamación del hígado.
¿Cómo fue pasar de investigar en el laboratorio a emprender?
Siempre había querido hacerlo. Una de las cosas que me ha servido mucho al estar en el Tec es la relación con la industria y ver cómo la investigación está resolviendo problemas en ese sector. Trabajamos mucho en un proyecto cuya patente se iba a transferir a una farmacéutica y al final no se logró. Luego, se abrió una convocatoria para capacitarnos en temas de startups de base tecnológica. Vimos que lo que teníamos patentado requería de mucha inversión, supimos lo que significa un producto mínimo viable (MVP) y trabajamos en el nuestro. También aprendimos a desenamorarnos de nuestra creación y buscar cómo nuestra innovación o patente se podía convertir en algo de valor para la industria o para una población dispuesta a pagar por ello. Nuestra primera patente fue el suplemento Wellbean, unas cápsulas con extracto estandarizado de frijol negro.
Un legado en investigación, emprendimiento y liderazgo
Janet Gutiérrez ha publicado más de 120 artículos científicos, con más de 3,000 citas; ganó el Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias en 2020 y la distinción INSIGNIA del Premio Rómulo Garza 2021. También, es miembro fundador de Alfanutra, una asociación de nutracéuticos en México, e integrante de la Comunidad de Jóvenes Científicos del Foro Económico Mundial. En el Tec ha sido líder en la unidad de Alimentos Saludables del Institute for Obesity Research, y fue directora del Departamento de Biotecnología y Ciencias de la Región Sur.
¿Quién te inspiró en la investigación?
El doctor Sergio Serna. Mi carrera como investigadora inició con él y, haciendo cuentas, he pasado más de la mitad de mi vida trabajando con él. Es un investigador que me hizo descubrir cosas, pero además vincularlas con la industria. También Enrique Galindo de la UNAM fue ejemplo de cómo encontrar una necesidad, un socio comercial y producir a gran escala. Ha sido inspirador en cómo se pueden hacer emprendimientos de base tecnológica.
Como formadora, ¿qué sientes al ver cuando un investigador logra emprender?
Que sí se puede, que puedes cambiar el chip y dejar huella en otras personas que están aportando a la sociedad. Soy una persona que ama a México y cuando veo a estos jóvenes, pienso: “Van a transformar lo que tenemos hoy”. Me gusta dejar como legado que las cosas pueden mejorar a través de la transformación de la industria.
Y, como mujer investigadora y líder, ¿qué desafíos ves?
En mis áreas de ciencia y tecnología en alimentos, y bioingeniería, sí veo equidad. Pero como decana asociada de la facultad, me preocupa ver pocas mujeres en la Escuela de Ingeniería. También, cuando fui directora del Departamento de Ciencias, noté el miedo que a veces las mujeres tienen a ocupar posiciones de liderazgo y a desatender a la familia. Busco demostrar cómo sí es posible alcanzar posiciones de liderazgo siendo mamá y haciendo lo que te apasiona.
En cuanto a tu legado, ¿qué te falta por hacer?
Creo que en temas de investigación ya he dejado un legado: ser de los primeros investigadores mexicanos que identificó principios activos en los alimentos. Lo mido con el número de citas y el interés a nivel mundial que desperté, por ejemplo, por el nopal. Cuando te citan desde África, España y otras regiones, ves que no solo en México hay interés en investigaciones sobre estos alimentos. Quiero contribuir a un entorno que promueva los emprendimientos de base tecnológica. Por otro lado, con Jaseda, ya hay un emprendimiento, ahora, se trata de convertirlo en una empresa que genere un valor sustancial y empleos, con un impacto mayor en la sociedad.
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