Invertir en las mujeres y nuestra salud no solamente nos beneficia directamente sino que tiene el potencial de reducir la pobreza, impulsar el desarrollo económico y crear sociedades más prósperas. Sin embargo, las inversiones actuales suelen ser insuficientes y mal orientadas.
“Sabemos que en el mundo de hoy, la mujer es quien más contribuye al cuidado de la familia”, explica Felicia Knaul, profesora Visitante Distinguida de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud y miembro de la Faculty of Excellence del Tec de Monterrey. “Invertir en la salud y el bienestar de una mujer también es invertir en la niñez y la tercera edad”.
Knaul, en conjunto con otras cuatro investigadoras de instituciones como Harvard, la Universidad de Toronto y la Universidad de Melbourne, publicaron, recientemente, un artículo donde demuestran con datos y modelos económicos que esta inversión podría ser una de las estrategias más rentables y efectivas para fortalecer las economías.
Cuando una mujer tiene salud puede estudiar, trabajar, cuidar de sí misma y de su familia y participar activamente en su comunidad. Ese bienestar crea un efecto dominó positivo en donde la salud impulsa la educación, la educación impulsa el trabajo y el trabajo impulsa la salud del resto de la sociedad, multiplicando los beneficios a lo largo de generaciones. Las investigadoras llaman a esto el círculo virtuoso.
En cambio, cuando los gobiernos no invierten, se genera un círculo vicioso en el que la falta de recursos para la salud de las mujeres conduce a más enfermedades, menor productividad, mayor desigualdad y menor salud poblacional.
“Hay una falta de inversión y de reconocimiento de lo que implica la salud para el desarrollo económico a nivel global”, dice Knaul.
Cinco áreas de inversión con alto impacto
Las autoras identifican cinco áreas estratégicas que podrían transformar el futuro de las mujeres y sociedades. La primera es la salud de la infancia y la adolescencia. Invertir en la salud mental de las adolescentes, por ejemplo, ofrece un retorno de 23.6 veces, al reducir problemas como depresión, violencia y deserción escolar.
La segunda es la educación: cada año extra de educación aumenta los ingresos de las mujeres en un 20%. También reduce los matrimonios tempranos, los embarazos adolescentes y la mortalidad infantil.
Otra área clave es la salud sexual y reproductiva, pues cada dólar invertido en planificación familiar y atención materna puede generar hasta 27 dólares en beneficios económicos y sociales. “Garantizar acceso a anticonceptivos, atención prenatal y un parto seguro salva vidas”, enfatiza Knaul.
Otro aspecto esencial es rediseñar los sistemas de salud para darles perspectiva de género, que consideren las necesidades específicas de la mujer. Ejemplos como Islandia, con igualdad salarial y licencias de maternidad y paternidad iguales, o Namibia, que ofrece servicios gratuitos de salud materna e infantil, muestran que las políticas de equidad producen resultados medibles.
Lo último es una economía del cuidado. A nivel mundial, las mujeres representan el 70% del personal de salud, pero ganan un 25% menos que los hombres. Además, millones realizan cuidados no remunerados —de hijos, enfermos o personas mayores— que equivalen a más del 5% del PIB mundial. Formalizar y pagar ese trabajo podría generar entre 15 y 30 billones de dólares en ingresos adicionales para las mujeres a lo largo de su vida laboral.
“Necesitamos sistemas de salud que reconozcan y compensen explícitamente las contribuciones de las mujeres al cuidado”, dice Beverley Essue, profesora investigadora de la Universidad de Toronto y coautora del artículo.
Derechos, datos y un cambio de mentalidad
Para que estas inversiones sean posibles, necesitamos una base de derechos laborales, humanos y sociales. La violencia de género, por ejemplo, tiene un costo global estimado de 10.6 billones de dólares –10 % del PIB mundial–, por lo que invertir en su prevención es una obligación moral y estrategia económica.
También proponen un enfoque de ciclo de vida que atienda y comprenda la salud de las mujeres a lo largo de toda su vida, y no solo en su etapa reproductiva.
“Ser madre dura mucho más que los meses de embarazo y lactancia”, expresa Knaul. “Muchas mujeres deciden no ser madres y su salud también es muy importante.”
A pesar de los avances, las mujeres siguen subrepresentadas en la investigación en salud, y cuando sí se les estudia, el foco suele estar puesto en su capacidad reproductiva, por lo que no sabemos suficiente sobre la niñez, adolescencia y tercera edad de las mujeres. “La fase menopáusica y el proceso de envejecimiento han sido poco estudiados”, cuenta Knaul.
Además, la mayoría de los datos de salud aún no se desagregan por sexo, género, color de piel o ingresos económicos, lo que oculta desigualdades. “No podemos mejorar lo que no se mide”, dice Essue. Incorporar la perspectiva de género no solo es justo, sino que también aumenta la eficacia y la rentabilidad de las inversiones y las políticas públicas.
Así, invertir en la salud femenina no debe verse solo como un tema de bienestar individual, sino como un pilar del desarrollo y la prosperidad colectivos.
“Implica un cambio de mentalidad para valorar el cuidado familiar tal y como valoramos el trabajo”, concluye Knaul. “Y para valorar a las mujeres, más allá de su capacidad reproductiva, como personas con necesidades propias”.
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