Existe un tipo de estrés que se experimenta cuando un niño se enfrenta a algún desafío que es retador, pero que sobrellevarlo está dentro de sus capacidades, por ejemplo, el primer día de clases, una competencia deportiva o un examen importante. Ese tipo de estrés breve o pasajero, se llama estrés positivo.
Pero, cuando una situación adversa es fuerte, repetitiva y crónica −y el infante no tiene en su entorno un tipo de apoyo que lo ayude a amortiguar el impacto− produce un estrés tóxico, el cual tiene efectos biológicos en el cerebro y en el cuerpo que pueden tener consecuencias de por vida, desde problemas académicos y desajuste social, hasta enfermedades mentales o físicas crónicas.
Así lo explicó Pat Levitt, director científico, vicepresidente y director del Instituto de Investigación Saban, del Hospital Infantil de Los Ángeles, en entrevista para TecScience previo a su participación en el Segundo Foro Internacional de Primera Infancia, organizado por el Centro de Primera Infancia del Tec de Monterrey y Fundación FEMSA.
“Yo fui parte del National Scientific Council on the Developing Child, que trabajó durante tres años para definir la diferencia entre el estrés ocasional y el estrés crónico. Lo que encontramos es que el estrés no siempre es malo. Entonces, ¿cómo lo categorizamos? Lo que decidimos fue usar una terminología que se utilizara en el contexto de una taxonomía, y definimos tres niveles de estrés”, comentó Levitt.
Estrés tóxico, estrés positivo
- Estrés positivo. “Por ejemplo, cuando un niño de cinco años es muy tímido y tiene que levantarse para ir al kínder y siente un nerviosismo que no le sucede los fines de semana. Esto lo estresa por un momento, produce breves aumentos en la frecuencia cardiaca y secreta la hormona del estrés (el cortisol), la cual nos activa un poco, acelera el metabolismo y nos pone alertas para correr o enfrentar el problema. En este tipo de estrés, los niveles de cortisol se mantienen elevados por un rato, pero luego bajan y todo vuelve a la normalidad”.
- Estrés tolerable. “Genera una respuesta −grave pero temporal− al estrés, ya que es amortiguada por las relaciones de apoyo. Es cuando pasas por situaciones como abuso o negligencia ocasionales, que son adversidades tempranas graves, pero tienes a tu alrededor relaciones de apoyo y muy solidarias que, de alguna manera, ayudan a amortiguar lo que normalmente sería un gran problema”.
- Estrés tóxico. “Es cuando el estrés es crónico o permanente y el niño no tiene el tipo de apoyo en su entorno que lo ayude a amortiguar el impacto, de modo que hay una activación prolongada de los sistemas de respuesta al estrés y los niveles de cortisol permanecen altos durante mucho tiempo, dañando la salud física y mental”.
Como construir una casa
Así como se construye una casa, así se construye el cerebro de un niño: primero se ponen las bases, después las habitaciones y el cableado eléctrico, de hecho, durante los primeros años de vida, el “cableado eléctrico” del cerebro crece a un ritmo asombroso, haciendo hasta dos millones de conexiones nerviosas por segundo.
Sin embargo, el estrés tóxico puede dañar la arquitectura de un cerebro en desarrollo y afectar los sentidos y pensamientos de un niño, además de ocasionar problemas de salud más adelante en su vida.
Levitt lo planteó con una analogía: “un niño en desarrollo es como construir una casa. Si durante la construcción decides que necesitas agregar más enchufes para la electricidad, es más fácil hacerlo en ese momento y no esperar hasta que la casa esté terminada, porque entonces tendrás que llamar al electricista”.
Y volvió a su comparativa, “la falta de amortiguamiento durante el periodo en el que se está construyendo el cerebro del niño, es como cuando una casa en construcción se enfrenta a un clima extremo y no tienes una lona para proteger los materiales, entonces la casa se daña”.
“A veces el daño es tan grande que tienes que empezar de nuevo. Eso puedes hacerlo con una casa y comenzar de cero si tienes los recursos, pero no puedes hacer eso con un niño. No puedes volver atrás en el tiempo. Así que el daño ya está hecho”.
La respuesta celular al estrés tóxico
“No todo el estrés es malo”, repitió el científico, “hay un estrés positivo que todos experimentamos cuando somos niños y pasamos por experiencias que son algo incómodas y novedosas, pero aprendemos a lidiar con ellas, pues el sistema de respuesta al estrés se afina para aprender a lidiar con la novedad, aumentando el cortisol y la adrenalina, que producen energía que las células necesitan para responder y después vuelven a la línea de base”.
Explicó que es como el sistema inmunológico: uno se contagia de una infección, el sistema inmune se activa, las células T y B producen los anticuerpos, combaten la infección y luego vuelven a la línea de base. Pero si no vuelven a la normalidad, se genera una autoinmunidad, un enfermedad donde el sistema inmunitario ataca por error a las células sanas.
“De cero a tres años es un momento en el que el cerebro está compitiendo con el cuerpo por energía. Se necesita mucha energía para construir el cerebro en formación, y por esa razón las experiencias negativas pueden tener un gran impacto a largo plazo. Pero si hay un amortiguador o experiencias positivas, puedes tener un resultado realmente positivo”.
En ese sentido, la activación del estrés positivo es importante para generar energía en las células, pero si esto se mantiene permanentemente activado, surge algo llamado respuesta de peligro celular (CDR, por sus siglas en inglés), que permite a la célula protegerse, mantenerse viva y volver a funcionar cuando el estrés termina. Pero el CDR debe mantener un equilibrio, porque si no, puede producir una carga alostática, que es una sobrecarga de las funciones biológicas y fisiológicas.
Avances en la investigación
Durante su conferencia magistral, Pat Levitt mostró algunos trabajos científicos recientes, algunos de los cuales se han desarrollado de forma colaborativa el Children’s Hospital de Los Ángeles y el Centro de Primera Infancia del Tec de Monterrey, en los que investigan métodos potenciales de detección temprana del estrés tóxico.
En dichos proyectos de investigación se evidencia la relación que hay entre el estrés tóxico y las enfermedades crónicas, como diabetes, obesidad, cáncer, así como enfermedades cerebrovasculares, coronarias y renales.
“Existe una gran cantidad de literatura científica que demuestra los vínculos entre la adversidad en los primeros años de vida, el estrés tóxico y las consecuencias en la salud. Sin embargo, aún no existen directrices consensuadas para el diagnóstico, ni terapias o tratamientos para el estrés tóxico”, afirmó.
Levitt cerró su conferencia magistral explicando de forma breve algunos avances para la detección temprana del estrés tóxico. Mencionó un estudio con el cual se podría detectar el estrés oxidativo de infantes entre seis y 12 meses de edad, mediante un biomarcador obtenido de la orina. Así como otro estudio que consiste en medir el número de copias de ADN mitocondrial, ya que, cuando las mitocondrias se estresan tienden a dividirse dentro de la célula, lo que indicaría que un infante está en una posición vulnerable.
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