“Lesión de plexo braquial” no es un término que escuchemos con frecuencia. Para muchas personas, puede ser la primera vez que lo leen. Sin embargo, se trata de una condición relativamente común que puede presentarse durante el parto y dejar secuelas de por vida.
Con el objetivo de ofrecer una alternativa de tratamiento más accesible y segura para esta condición, un grupo de investigadores, entre ellos Ana Paula Pérez, EXATEC, egresada de Ingeniería Biomédica de la Escuela de Ingeniería y Ciencias del Tec de Monterrey, desarrolló DINA (Dynamic Infant Neurorehab Aid), un robot diseñado para apoyar la rehabilitación de recién nacidos.
El plexo braquial es un conjunto de nervios que se origina en el cuello y se extiende hacia el hombro. Forma parte de la red que permite al cerebro controlar los movimientos de las manos, muñecas y brazos. Estos nervios son especialmente vulnerables durante el parto: en nacimientos naturales donde el bebé viene de nalgas o es de gran tamaño, pueden estirarse en exceso al salir del canal de parto, provocando una lesión.
A largo plazo, este daño puede causar movilidad limitada, dolor crónico o pérdida de sensibilidad. Sin embargo, si se diagnostica a tiempo, la rehabilitación temprana puede reducir considerablemente sus secuelas. Ahí es donde entra DINA, un robot suave que realiza los movimientos necesarios para favorecer la recuperación del plexo braquial.

Cómo nació DINA
DINA comenzó como un proyecto en la clase de Ingeniería en Neurorrehabilitación de la maestría en Ingeniería Biomédica de la Universidad Johns Hopkins, donde colaboraron Ana Paula Pérez, Víctor Ticllacuri, Yuxuan Bai y Michela De Marzi. El equipo decidió enfocarse en esta lesión por su bajo nivel de diagnóstico en países latinoamericanos, como Perú, de donde es originario Ticllacuri.
“Puede que veamos a una persona que no puede mover el brazo por un problema de nacimiento, pero nunca fue diagnosticada porque no había especialistas capaces de realizar este tipo de rehabilitación”, explica Ticllacuri.
En Estados Unidos, se estima que entre uno y dos de cada mil partos presentan esta complicación, según la Universidad Johns Hopkins.

Tecnología inspirada en el movimiento natural
Para diseñar a DINA, el equipo modeló primero el movimiento del brazo de un recién nacido. Luego consultaron a especialistas del Instituto Kennedy Krieger, en Estados Unidos, quienes les indicaron el movimiento clave para la rehabilitación: rotar el brazo de adentro hacia afuera, con el codo inmovilizado.
Con esta información, desarrollaron varios prototipos. Para garantizar la seguridad del dispositivo, optaron por una estructura suave, donde los movimientos no se generan mediante tuercas o pistones, sino por la extracción de aire dentro del robot. Así, el contacto con el bebé es delicado y controlado.
El objetivo final es que los hospitales puedan ofrecer estos dispositivos a las familias para su uso en casa. “Ser madre primeriza ya es estresante. Adaptarse a esta nueva vida teniendo un neonato con complicaciones y, además, realizar un proceso de rehabilitación sin supervisión varias veces al día puede ser abrumador”, comenta Ana Paula Pérez. “DINA está diseñado para aliviar esa carga en madres, padres y cuidadores”.
Un futuro accesible y global
Según Ticllacuri, los materiales con los que se fabrica el robot son fácilmente disponibles y de bajo costo, lo que hace viable su manufactura a gran escala. El equipo espera que, en el futuro, estos dispositivos puedan llegar a hospitales de América Latina y otras regiones donde el acceso al diagnóstico y la rehabilitación es limitado.
Antes de eso, deberán superar el proceso regulatorio que enfrentan los dispositivos médicos destinados a recién nacidos. Afortunadamente, recibirán acompañamiento para avanzar en ese camino.
En septiembre de 2025, el equipo obtuvo el primer lugar en la muestra de innovaciones de la Sociedad Americana de Ingenieros Mecánicos (ASME). Este reconocimiento incluye un financiamiento de 10 mil dólares y la participación en un bootcamp especializado para avanzar en la certificación y desarrollo del dispositivo.
“Hasta la fecha seguimos sin creérnosla del todo”, cuenta Pérez. “Creo que cuando estemos en el bootcamp nos caerá el veinte de la magnitud de lo que pasó. A lo largo de esta trayectoria hemos recibido muchísimo apoyo de médicos, profesores y del Centro de Emprendimiento de Hopkins. Ha sido una experiencia increíble”.

Colaboración internacional para sanar
Para Ticllacuri, trabajar con un equipo multicultural fue clave: “Contar con personas de distintos países enriqueció el proyecto, porque cada uno aportó perspectivas diferentes sobre cómo atender las necesidades de los pacientes”.
Finalmente, Ana Paula Pérez invita a otras y otros estudiantes a dar continuidad a sus proyectos académicos: “Cualquier cosa que hagas tiene el potencial de ayudar a las personas si te comprometes con ello”.
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