Cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una fecha para reflexionar sobre las profundas implicaciones de este problema global y buscar soluciones desde múltiples disciplinas. La violencia contra las mujeres, que afecta a una de cada tres en el mundo según datos recientes de la OMS, no solo es una violación de derechos humanos, sino también un problema de salud pública con consecuencias físicas, emocionales y sociales.
Entre las formas de violencia se incluyen la física, sexual, psicológica, económica y aquella facilitada por la tecnología. Sus impactos trascienden la salud mental y física de las víctimas y su núcleo familiar, aumentando el riesgo de aislamiento, estigmatización, ansiedad, depresión, insomnio y de enfermedades autoinmunes, cardiovasculares y dolor crónico.
Neurobiología, biomarcadores y trauma
Desde una perspectiva biomédica, la investigación ha evidenciado cambios neurofisiológicos en mujeres víctimas de violencia. Entre los más relevantes están los niveles elevados de cortisol, la hormona del estrés, que se asocia con daño cerebral, alteraciones en la memoria y mayor susceptibilidad a trastornos como la depresión o el estrés postraumático.
Además, el aumento de adrenalina y noradrenalina, hormonas clave en la respuesta de lucha o huida, genera una activación constante del sistema nervioso simpático. Esto puede derivar en hipertensión, alteraciones cardíacas y un desgaste físico y mental significativo. Estas hormonas también exacerban síntomas como hipervigilancia, insomnio y ansiedad.
Un hallazgo importante es el papel del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF, por sus siglas en inglés), una proteína clave para la neuroplasticidad y la regeneración neuronal. En mujeres expuestas a violencia crónica, se han detectado niveles reducidos de BDNF, lo que podría explicar la vulnerabilidad a trastornos psiquiátricos y el deterioro cognitivo.
También se han identificado biomarcadores inflamatorios en el sistema inmune vinculados al estrés prolongado. Estos no solo ayudan a diagnosticar condiciones relacionadas con la violencia, sino también a desarrollar tratamientos específicos. Por ejemplo, patrones de inflamación crónica representan un riesgo adicional para enfermedades metabólicas y cardiovasculares.
Estas investigaciones son esenciales para diseñar intervenciones terapéuticas personalizadas que no solo atiendan las consecuencias inmediatas del trauma, sino que también promuevan la neuroplasticidad y la recuperación cerebral.
Ciencia, prevención y empoderamiento
La ciencia desempeña un papel clave en la prevención de la violencia y la recuperación de las víctimas. Un enfoque integral implica incorporar la perspectiva de género en los estudios científicos, analizar datos por género y priorizar las necesidades de las mujeres. La investigación en neurobiología y biomarcadores del trauma contribuye al desarrollo de tratamientos interdisciplinarios oportunos y efectivos, ayudando a mitigar los efectos a largo plazo en la salud.
Mirando hacia el futuro
La identificación de biomarcadores como el cortisol, la adrenalina, la noradrenalina, el estradiol y el BDNF, junto con el desarrollo de tratamientos holísticos, ofrece una oportunidad única para abordar los efectos de la violencia desde una perspectiva científica. Al avanzar en esta área, la ciencia contribuye a superar el reto de tratar a mujeres víctimas de violencia de forma integral, promoviendo no solo su recuperación, sino también su empoderamiento y bienestar duradero.
* Judith Zavala Arcos es investigadora en el Grupo de Terapias Innovadoras en Ciencias Visuales, y profesora del posgrado en Ciencias Biomédicas y de Biotecnología, en el Tecnológico de Monterrey. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I.