Si una persona aplaude frente a la pirámide de Kukulkán, en Chichén Itzá, el sonido que podrá escuchar de regreso es similar al del canto del quetzal, un ave sagrada para la cultura maya y que hoy está casi extinta.
Este efecto sonoro consiste en un eco que se produce por el diseño de este templo ubicado en la península de Yucatán y que es una de las propiedades acústicas que han sido estudiadas por investigadores.
Los científicos se apoyan en la arqueoacústica para, con un enfoque antropológico y arquitectónico, hacer mediciones del sonido en zonas arqueológicas que ayuden a relacionar los efectos acústicos con las costumbres, conocimientos, tradiciones y prácticas de las civilizaciones antiguas.
Por ejemplo, hay templos que fueron diseñados y ubicados en lugares específicos, con el objetivo de inducir estados mentales durante rituales y actividades ceremoniales, por lo que los investigadores asumen que estas culturas desarrollaron conocimientos arquitectónicos para, a través del sonido, impactar en la actividad cerebral de las personas.
Los estudios demuestran que, a partir de la caracterización acústica de diferentes lugares y estructuras antiguas, se puede obtener información para comprender los usos y las actividades humanas, sociales, políticas y religiosas de culturas que ya no existen y que sabían combinar el diseño de espacios con los sonidos.
Arqueoacústica y el estudio de sonidos en Edzná
La arqueoacústica se define como el estudio de sitios arqueológicos a partir de sus características sonoras y acústicas, de acuerdo con el investigador Gustavo Navas, candidato a doctor de la Escuela de Ingeniería y Ciencias del Tec de Monterrey.
Él ve a esta disciplina como una “mezcla de dos áreas: arqueología y acústica, que estudian cosas diferentes, pero que, combinadas, tratan de comprender mejor cómo usaban los espacios las personas en el pasado, civilizaciones y culturas que ya no están”.
Recientemente, Navas, junto a un grupo de investigadores, realizó un estudio en la zona arqueológica de Edzná, en Campeche, con el objetivo de recabar información que ayude a comprender mejor las costumbres y prácticas de la cultura maya.
“Edzná es un antiguo sitio de la cultura maya. Las propiedades acústicas de este complejo arquitectónico encarnan un patrimonio inmaterial, que abarca un conjunto de costumbres, conocimientos, tradiciones y expresiones vivas transmitidas a través de tradiciones orales, rituales, eventos festivos y prácticas asociadas con la naturaleza y el universo”, señala el estudio Caracterización acústica de Edzná: un conjunto de datos de medición.
Navas, ingeniero en Sonido y Acústica, dice que eligieron esta zona por su legado cultural, además, por ser un espacio que no había sido estudiado previamente, lo que permite generar nuevos conocimientos.
El equipo visitó Edzná en dos ocasiones y con varios meses de diferencia, para medir y caracterizar el sonido, donde evaluaron 32 puntos del lugar. Se enfocaron principalmente en tres áreas: la Plaza Principal, la Gran Acrópolis y la Pequeña Acrópolis.
“Estudiar esas tres áreas nos ayuda a confirmar teorías que tienen los arqueólogos, por ejemplo, que la Plaza Principal era una parte donde toda la población asistía a eventos masivos; en la Gran Acrópolis había una zona donde solo la élite podía estar y tenía una mejor acústica para eventos privados. Mientras, la Pequeña Acrópolis era más como un espacio para descanso, no tanto para rituales”, comenta.
Exploración arqueológica desde la acústica
El estudiante del doctorado en Ciencias de la Ingeniería del Tec platica que para el estudio se desarrolló una metodología basada en la norma ISO 3382, de estándares internacionales, para evaluar parámetros acústicos en recintos, entre los que destaca el tiempo de reverberación (T60), es decir, cuánto tarda en caer el sonido una vez que la fuente se apaga, efecto comúnmente llamado eco.
Otros de los parámetros que midieron son la definición (D50) y la claridad, que se divide en dos tipos: de la voz (C50), es decir, la inteligibilidad de las palabras en el espacio y del instrumento (C80), que mide la nitidez de la música.
Para grabar utilizaron una interfaz de audio, bocinas, micrófonos omnidireccionales y una cabeza binaural para captar audio en 3D y simular como escuchan las personas.
“Grabamos dos tipos de señales, una que se parece mucho a un ruido blanco (MLS) y otra de un barrido, que parte desde una frecuencia baja hasta una alta (LSS). Elegimos zonas que tuvieran un nivel de usabilidad amplio, definimos los puntos a partir de un mapa, pensando en las posibles ubicaciones de las personas y usos que tenían estos espacios», explica.
Para elegir las zonas para grabar contaron con la asesoría de Francisca Zalaquett, arqueóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien se ha dedicado a investigar la cultura maya. Además, el proyecto fue asesorado por los investigadores del Tec Luz María Alonso y David Ibarra.
Elementos acústicos para reconstruir la historia
Gustavo Navas dice que la arqueoacústica resalta la riqueza de los sonidos que son parte del patrimonio de la sociedad. El tratar de comprender los paisajes sonoros puede ayudar a desarrollar experiencias inmersivas y abrir la posibilidad de que las personas conozcan más sobre sus orígenes.
Como parte de esta investigación, se obtuvo una base de datos de 297 archivos de audio, con diferentes tipos de efectos sonoros, como ecos y reflexiones tardías, que, según el investigador, dan pie a la generación de hipótesis −como usos y sistemas de comunicación− y al análisis y caracterización de materiales de construcción con base en sus efectos en la acústica.
Según el estudio, los datos recolectados sirven para desarrollar experiencias auditivas donde sonidos de instrumentos musicales y otros efectos, puedan ser escuchados tal y como se perciben en la zona arqueológica sin tener que estar ahí.
“Con la acústica no se puede determinar si −efectivamente− algo ocurrió o no en ese lugar, pero, al menos, acústicamente, le da elementos adicionales a los arqueólogos que estudian lo que las personas hacían en esos espacios. Los sonidos tienen una riqueza que no se ve pero se escucha, cuando uno está ahí se siente en un lugar mágico y eso es parte de un patrimonio intangible que nos pertenece a todos”.
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