Los casos de consumo de fentanilo que se registran en México son escasos y se concentran en la frontera norte, de acuerdo con un reporte del gobierno federal publicado hace dos años. Sin embargo, el país busca prohibir la sustancia, incluso para fines médicos, y ha sido acusado por políticos del partido republicano en Estados Unidos de ser productor y ruta de trasiego.
Ahora, científicos y profesionales de la salud piden revisar las opciones antes de prohibir el fentanilo que se usa como anestésico en cirugías y tratamientos paliativos.
¿Cómo se creó el fentanilo? ¿Para qué sirve ?
El analgésico fue sintetizado en 1960 por el médico e investigador Paul Janssen mientras buscaba un opioide con las propiedades positivas de la morfina, como su capacidad de eliminar el dolor, pero que produjera estos mismos efectos con mayor velocidad y que tardara menos tiempo en ser desechado por el cuerpo.
Como resultado, obtuvo un producto 100 veces más potente y de acción sumamente veloz.
“Tiene una rapidez para llegar al sistema nervioso central extraordinaria y es capaz de producir analgesia con una cantidad muy pequeña”, explica Silvia Cruz Martín del Campo, investigadora especializada en la neurobiología de la adicción del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV).
De acuerdo con la investigadora, el hecho de que sea 100 veces más potente no significa que sea más fuerte, sino que se necesita 100 veces menos sustancia para producir los mismos resultados. Además, tiene efectos anestésicos y sedantes.
El problema de la adicción al fentanilo
El fentanilo fue adoptado rápidamente por la comunidad médica para inducir anestesia en cirugías breves y eliminar el dolor en pacientes con cáncer terminal y otros padecimientos que ocasionan sufrimiento físico intenso.
Durante décadas, su uso en el país ha estado regulado, ayudando a mitigar las consecuencias del desabasto histórico de morfina y opioides para el tratamiento del dolor.
“Hemos convivido muy bien con el fentanilo durante 50 años. Los médicos, anestesiólogos y paliativistas lo consideran una herramienta fundamental”, expresa Cruz Martín del Campo.
Sin embargo, en años recientes, un fentanilo sintetizado en laboratorios clandestinos comenzó a ser mezclado con drogas ilegales como la heroína, la cocaína y la metanfetamina.
Hoy, es vendido en pastillas que pueden consumirse de forma recreativa y han llevado al aumento de muertes por sobredosis en diversos países alrededor del mundo.
Prohibirlo no soluciona la crisis
Ante la creciente evidencia de esta crisis, el presidente Andrés Manuel López Obrador propuso prohibir el uso del fentanilo en México y sustituirlo por otro medicamento. En respuesta, la comunidad científica y médica han cuestionado esa posibilidad.
“Creo que sería un error que para el sector salud se prohíba la creación, producción y distribución del fentanilo”, dice Oswaldo Cuauhtémoc Zamudio, jefe de quirófano y anestesiología de los hospitales de TecSalud. “Le quitas la oportunidad de no sentir dolor a los pacientes”, lanza.
Según el anestesiólogo, el uso de este analgésico en su práctica es cotidiano, útil y seguro, además de que está fuertemente regulado. Para conseguirlo, debe pasar diversos filtros y revisiones estrictas por parte de autoridades gubernamentales como la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris).
Oswaldo Cuauhtémoc Zamudio, jefe de quirófano y anestesiología de los hospitales de TecSalud. (Foto: Cortesía)
En defensa del uso médico
Cruz Martín del Campo del CINVESTAV comenta que es esencial entender que el fentanilo que se usa en los hospitales no es el mismo que se vende en las calles.
“Las formulaciones farmacéuticas están hechas de manera que sean seguras en las concentraciones adecuadas, la que se vende en la calle está mal sintetizada, sin calidad de control y en cantidades masivas”, explica la investigadora.
Añade que prohibir el fentanilo “es como si tuvieras una inundación por lluvia y lo quisieras resolver cerrando la llave de agua de las casas. Ahora vas a tener dos problemas”.
Para ella, prohibirlo solo empeorará la crisis relacionada con el desabasto de opioides para el manejo del dolor y no ayudará a resolver la crisis por abuso de la sustancia en las calles.
Tres alternativas
El problema tiene múltiples aristas que obligan la participación de distintos sectores de la sociedad para controlar la producción ilegal de fentanilo, reducir las muertes por sobredosis y ofrecer tratamiento a las personas adictas.
De acuerdo con Cruz Martín del Campo, existen tres estrategias que ayudarían con esto. Comenzando por facilitar la disponibilidad de naloxona, un antagonista de los opioides que se adhiere a los receptores de estas sustancias en el cuerpo y en el cerebro para revertir la sobredosis.
La naloxona está disponible en forma inyectada o en spray nasal y, en países con crisis de opioides, como Canadá y Estados Unidos, la sustancia está al alcance de quien la necesite en estaciones de gasolina, farmacias y supermercados.
Sin embargo, en México, la venta de esta sustancia está fuertemente regulada y no se consigue fácilmente.
La segunda vía es crear las llamadas «leyes del buen samaritano» que garantizan que los ciudadanos que rescaten a una persona de una sobredosis no enfrentarán cargos criminales.
“Esto se trata de que, independientemente de si consumes o no consumes, si estás tratando de salvarle la vida a alguien, no vayas a la cárcel, pero eso no existe en México”, señala la investigadora de CINVESTAV.
Por último, la científica sugiere tener clínicas especializadas en la adicción a sustancias derivadas del opio.
En esas instituciones, las personas reciben tratamiento médico con opioides menos agresivos, como la metadona. Al entrar al cuerpo y activar los mismos receptores que el fentanilo o la heroína, las sustancias usadas en la rehabilitación disminuyen el síndrome de abstinencia.
Los entrevistados coinciden en que estas propuestas apuntan a construir una sociedad donde el uso de sustancias psicoactivas implique regulación e información que permita a los ciudadanos tomar decisiones libres y seguras respecto al consumo de estos fármacos.
“Mientras tanto, no podemos castigar a los pacientes con dolor ni a los que tienen una dependencia a opioides”, recalca Cruz Martín del Campo.